Desde el primer minuto de su pregón, la escritora Rosa Planas denunció la destrucción de una ciudad que “nunca había estado tan decrépita” como hoy en día. Por ello, hizo un llamamiento al final de un discurso circular: “No permitamos que por unas ganancias transitorias maltratemos el legado de los siglos. No tenemos que permitir que las edades de la ciudad -el título del pregón- confluyan en una muerte anónima, donde los restos se depositen en una fosa común de vulgaridad y aburrimiento”.

Los beneficios efímeros que llevarán a Palma a la tumba son las franquicias, la gentrificación, la sobreexplotación, el ruido, la contaminación y, en definitiva, “los tiempos despiadados de la cantidad, que todo lo arrastra y todo lo orienta hacia el negocio, sin respetar ninguna identidad, ningún sello que hace diferente una ciudad de otra”; los tiempos “de la madura y agotada fórmula de ordeñar la urbe como si fuese una vaca de piedra”, lamentó en el acto que da inicio a la Festa de l’Estendard, celebrado este viernes en el salón de plenos de Cort.

Para evitarlo, y que la ciudad “vuelva a ser ella misma”, Planas animó a defender “lo que nos ha hecho ciudadanos de la capital de Mallorca: el gusto, la convivencia, el respeto por la tradición, la curiosidad por la novedad, el deseo de progreso y el aprecio por los bienes que nos legaron nuestros antepasados”, dijo a los presentes al final del pregón.

No desea ver este “organismo vivo” que es Palma “mutilado en sus órganos más vitales: el centro histórico, la fachada marítima, los monumentos abandonados, en los que el deterioro y la resaca del olvido ponen más en peligro una posible recuperación”. Tampoco quiere “ver más el mar como una intuición, ahogado por una selva de barcos aparcados [...] o contemplar espantada la monstruosa desproporción que hay entre los cruceros gigantescos y las agujas doradas de la Seu”, enumeró.

Todo esto sucede en “la última edad” de Palma, la actual, “tal vez la más inexplicable, porque no responde a una evolución natural ni a un tránsito motivado por las necesidades de crecimiento”. La pregonera considera que, con lo que está sucediendo, “la ciudad no evoluciona, sino que muta, como si fuese atacada por un virus altamente agresivo. La mutación responde -añadió- a hechos que no se cuestionan: ocupación del espacio público por terrazas y toda clase de utensilios, mutilación inexplicada de jardines y parques, pintadas vandálicas en cualquier rincón del casco antiguo o del extrarradio, crecimiento insólito del techo urbano con piscinas y parasoles que hacen de los antiguos tejados una nueva degeneración turística...”

El trastorno también afecta al interior de los edificios y las calles -“asfixiadas por el insostenible parque automovilístico”-, y las consecuencias “desembocan en un empobrecimiento y pérdida de la calidad de vida”, que Rosa Planas ve inferior a la que tenía en la primera edad, “cuando el aire, el agua del grifo y el silencio eran unos bienes que parecían eternos y fuera de peligro”.