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Llorar por el Cristal

El cierre del conocido bar Cristal ha originado un impacto sin precedentes en la opinión pública. No es el primer, ni será...

Llorar por el Cristal

El cierre del conocido bar Cristal ha originado un impacto sin precedentes en la opinión pública. No es el primer, ni será el último, caso de un establecimiento señero y representativo que desaparece. Pero quizás por esa acumulación de casos perdidos, y también por su privilegiada ubicación en el corazón de Palma, la gente y los medios lo han sentido con mayor intensidad.

Por desgracia, esa reacción unánime no va mucho más allá de la elegía y el lamento. Cada vez más se tiene la conciencia de que hay cosas que evolucionan demasiado rápido y en un solo sentido. Que la ciudad se trasforma a pasos agigantados, y que el modelo que se impone no es el tradicional. La primera reacción consiste siempre en el "piove, porco governo". Es decir, en echar la culpa a las instituciones.

Se trata de una solución rápida y que te exime de cualquier otra responsabilidad. Pero lo cierto es que la transformación que está experimentando Palma, como la de otras ciudades, no es culpa sólo de las instituciones. Es un proceso consentido y hasta compartido por la propia sociedad. Aunque no lo reconozca.

Mientras la especulación inmobiliaria ­-a pequeña o gran escala- rija la economía social. Mientras las expectativas de riqueza y crecimiento pasen sólo por el número de turistas. Mientras no exista una auténtica conciencia ciudadana y una reacción comunitaria en defensa de ciertos valores. Mientras por un lado se llore y lamente, y por otro se siga con el mismo modelo. Mientras ocurra todo eso, nada va a cambiar.

Porque si los precios siguen al alza, hasta niveles estratosféricos, solo las grandes cadenas o los potentados podrán asumirlos. Y la población media, de inquilinos, comerciantes o profesionales, se irá trasladando hacia zonas periféricas en busca de unos precios razonables. Mientras la ciudad cambia de un día a otro. Pierde vecinos para ganar turistas. Pierde comercios tradicionales para dejar paso a franquicias. Y deja escapar su tejido social por otro mucho más incierto. Que no se sabe adónde lleva.

Habría que recomendar a todos los que se lamentan por desgracias como el cierre del Cristal, que tomen parte activa en la vida ciudadana. Que defiendan su modelo. Que no participen en la masiva especulación. Que voten cuando hay que votar.

Llorar y echar las culpas a otros es muy fácil. Lo complicado es defender lo que se quiere.

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