Diario de Mallorca

Diario de Mallorca

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Mujeres de hoy

Pilar Sureda Sackett: "Si mi padre, Jacobo Sureda, hubiera vivido en el 36 lo habrían matado por rojo"

"El legado familiar lo asimilo de manera natural pero también me aplasta; me siento invadida"

Pilar Sureda, envuelta por cuadros de su padre Jacobo Sureda y recuerdos de Cas Potecari. B. Ramon

Hay casas elocuentes, hablan de sus inquilinos, de los que estuvieron y de los que ahí siguen. En ese tipo de viviendas se da una convivencia intemporal entre los vivos y los muertos, tan fina como el humo de los cigarrillos, pocos, que hilvana la protagonista de esta historia, Pilar Sureda Sacket, la única hija de Jacobo Sureda, poeta, pintor, y el gran amigo de Jorge Luis Borges. Ambos fueron alientos del Ultraísmo: "Nuestro credo es no tener credo. No pretendemos rectificar el alma, ni siquiera la naturaleza. Lo que renovamos son los modos de expresión", dejaron escrito.

Cas Potecari, situada en lo alto de Génova, es una casa blanca de persianas de un verde desvanecido y con un jardín en bancales "que se cuida solo", confiesa Pilar. El de mediados del XIX. Como su abuela Pilar Montaner, al igual que sus padres, también como su marido Antonio Sabater, ella es pintora solo que hace seis años que sus pinceles están en compás de espera. "Estoy seca, sin ideas", dice con un hilo de voz esta mujer de 87 años, despierta como pocos. Hay quien le apunta que si el campo necesita descansar, también las telas reclaman sus barbechos. Ella no parece tenerlo claro, pero no dice nada quizá porque quien apenas conoció a su padre -Jacobo Sureda murió en 1935; Pilar tenía seis años-, ha heredado de él ese estar en otro lado: "Gran compañero y hombre enredado en silencios y lejanías" escribió de él Borges. La hija se le parece.

"No recuerdo apenas nada de mi padre. Aparte de tener una memoria de perro, me siento más que testigo de una época, custodiadora de una memoria. Yo era muy pequeña cuando murió. Solo sé lo que me cuentan de él y lo que recuerda otra gente, pero sí permanece imborrable una imagen. Recuerdo que padre me hacía dibujitos, de esos que pueden gustarle a un niño; yo estaba sentada a su lado y lo miraba", cuenta Pilar.

En la sala de estar, sentada en una butaca, acompañada por cuadros de su padre, de su abuela, de Toni Sabater, de ella, de amigos como William Edwards Cook, Archie Gittes, y Juan Segura, al que admira profundamente y con él que suele reírse a gusto.

"Soy muy tímida. Conocí a Borges y me dio mucho apuro porque pensaba que le iba a aburrir, que yo no podría contarle nada interesante. ¡Creo que sí que se aburrió, aunque me trató muy amablemente!", narra.

Pilar nació en 1929 en Palma, pero al quedar huérfana, su madre hizo las maletas y emprendieron rumbo a los Estados Unidos. España quedaría partida en dos por la Guerra fratricida. Su madre, la también pintora Eleonor Sackett, la neoyorquina que se quedó prendada de la luz y de aquel "hombre total", que diría Borges, temía lo peor si se quedaban.

"Si mi padre no se hubiera muerto en el 35, un año antes del inicio de la guerra en España, lo habrían matado por rojo, por republicano. Eso me lo dijo mi abuela Pilar", rememora la nieta.

Pilar Montaner, la gran matriarca enterró muchos hijos. Tuvo 14. Casada con el mecenas Juan Sureda, convirtieron su casa de Valldemossa, el palacio del Rey Sancho, en cenáculo de artistas, escritores, 'gentes de mal vivir' que como Rubén Darío, y sus estrafalarios disfraces, alarmaron a los del pueblo.

En Pilar conviven esa genética caótica mediterránea con la norteamericana, más aplicada. "Mi madre siempre hizo lo posible para que no perdiera el contacto con mi familia de Mallorca; y de hecho me hablaba en español, pero lo niños solo quieren ser como son y yo me resistí a hablar en aquella lengua extraña que me era lejana; yo hablaba inglés. Tuve que aprender de nuevo", cuenta.

"Mi madre me contaba cosas de mi padre, pero yo me resistía; pensaba que para ella recordarlo sería doloroso. Me contaba cómo mi padre se relacionó con pintores como Max Ernts, Otto Dix, cuando viajaron por Europa. Me contaba muchas cosas pero yo no quería", confiesa esta mujer mirando en el espejo de la vida a aquella niña de poco más de diez años.

Tendrían que pasar trece años para que Pilar, a los 18, regresara a la isla. "Fue el momento de conocer a mi familia mallorquina. Yo me carteaba con ellos. No conocí al abuelo Juan. Recuerdo aquel viaje en barco hasta llegar a Francia, y luego el tren, toda la noche. ¡Una odisea! Y, sobre todo, "fue un shock" tanto en Mallorca como Europa. "Se notaban las secuelas de la guerra. En París no había calefacción y tuvimos que dormir con los abrigos. No había alimentos... Estuvimos viviendo un mes en París, estudié dibujo en la academia Grande Chaumiere...", cuenta pero se interrumpe con una carcajada. "¡Unos tíos mallorquines me introdujeron en la paella, ¡qué maravilla!. Hoy hay de todo pero en la segunda mitad del siglo XX todo estaba restringido en Europa, el tabaco, la mantequilla. Los tranvías entre Génova y Palma se paraban en seco cuando llovía, y los serenos, les recuerdo con su traje de pana gruesa, cómo fumaban, y cómo las señoras se levantaban los bajos de sus abrigos al sentarse para no desgastarlos. ¡Yo todo aquello lo vivía como una aventura, porque cuando eres joven, así es!".

Pilar no miente. Pese a haber nacido aquí, pese a haber pasado la frontera estadounidense con un letrero colgado que la catalogaba emigrante fuera de cuota, pese a haberse casado con dos mallorquines y vivir en Mallorca la mayor parte de su vida, ella se siente norteamericana. Lo expresa así para no herir: "Yo soy mi propio país". Ahora sí que se siente "avergonzada de que Trump quiera presidir EEUU; ¡pero no ganará!".

Su vida sentimental está marcada por la pintura, aunque el destino volvería a ser cruel. Ella conocería a Toni Sabater en una reunión de artistas. "Me lo presentó Cook". Después el pintor mallorquín se fue a Venezuela, donde se hizo ilustrador de escenografías y muralista. "Tardamos siete años en volver a encontrarnos", comenta Pilar. Én ese lapso, él se casó y ella también. Su primer marido fue Francisco Durán, el político de la UCD. Con él vivió la euforia de la Transición. Murió a los 35 años, "la misma edad que mi padre".

Ella vivió a caballo entre aquella sociedad extranjera, "tolerada por los mallorquines", y la autóctona. "Creo que la sociedad isleña es cerrada, aunque va abriéndose más y hay varias Mallorcas".

Pilar se reencontró con el pintor Sabater y ya no se separarían más hasta el fallecimiento de él seis meses después del atentado de las Torres Gemelas. "Jamás tuvimos enfrentamiento por ser los dos pintores; si nos hacíamos una crítica era muy suavemente. Él siempre fue más pintor. Para él pintar, era respirar. Para mí no".

Pasa al lado el gato Bacalao. Es uno mas en Cas Potecari. "No hay fantasmas, o al menos no se manifestan", ríe. Concede que "ser custodia del legado a veces me aplasta, pero lo vivo de manera natural".

Compartir el artículo

stats