Cuando los historiadores están atentos a la realidad y no solo a los legajos, cuando atienden al músculo, a la carne y al ligamento, a la argamasa, son atinados en sus juicios. "Las personas de la calle están pensando en cosas que les afectan más que una abdicación. El problema en España es llegar a fin de mes, encontrar trabajo o tener una buena escuela y no que el Rey haya cedido el relevo a su hijo", dijo Paul Preston el mismo día de la abdicación de Juan Carlos I.

En la ciudad abdicada, todo transcurrió con esa absoluta normalidad, es decir, una anormalidad de personas varadas en parques sin techo ni lumbre que les cobije; una anormalidad sin poder dar de comer a sus hijos y pidiendo el bocadillo que le otorga la Iglesia y le quita el poder político; una anormalidad de personas con miedo a perder su ya precario puesto de trabajo y una anormalidad del bienestar repartido en pocas manos. Dicho en trazo grueso porque la normalidad se escribe también en gestos pequeños como ir a la compra, darle cháchara al vecino, pasear y quejarse de cómo están de sucias las calles o alegrarse de que al fin arreglan el parque. Una normalidad de café con leche en el bar de barrio, donde algunos son fiados. Esa es la verdadera abdicación. No es demagogia.

Palma abdicó antes que el Rey porque solo le dedica una plaza, la de Joan Carles I que, sin embargo, nadie conoce como tal sino que el eco popular mantiene el nombre de la plaza de las tortugas.

Palma solo tiene al plural de los Reyes, una vía del extrarradio, el Camí dels Reis que no le es dedicada precisamente ni al hijo de Don Juan ni a Sofía de Grecia.

Sí le dedicó la democracia, torpemente se vio después, a los Ducs de Palma de Mallorca el nombre de la Rambla; escaso ojo dedicar una de las arterias más bonitas de la ciudad al martillo que ha dado el golpe de gracia a una monarquía salpicada en sus últimos años por escándalos difíciles de digerir en una coyuntura de hambre, miedo y rabia. Cristina de Borbón e Iñaki Urdangarin han tenido que ser rescatados por el monarca que imaginaron cobijo para sus ´supuestas´ tropelías. Lo que no pudo el fiscal y la presión de la Casa Real, lo ha podido la abdicación. Palma limó la cartela a ellos dedicada adelantándose al mismísimo Rey. Habrá que ver si la Familia Real se lo perdona a Palma.

Es curioso que una ciudad tan querida por la reina Sofía no haya pensado en dedicarle una calle, una plaza, una vía. Palma abdicó hace tiempo de sus reyes, por eso el hispanista británico Paul Preston tiene razón: "El problema en España es llegar a fin de mes".

Marivent en el ojo del huracán. Unos recuerdan que Saridakis la regaló a la ciudadanía pero los coros de siempre ya vociferan que sería malo para nuestra economía devolverle al pueblo lo que es suyo. Veremos entonces si el pueblo quiere dedicar una calle a los Príncipes de Asturias antes de que se conviertan en reyes. Total, es probable que abdiquen de ponerles piso. Perdón, calle.