Para ser breve, diré que la reina Isabel II, tan alejada de referentes propios de la monarquía constitucional, no supo articular las necesidades e intereses de la burguesía española. Tampoco el moderantismo español estuvo a la altura exigida. Ya desde el verano de 1868, España entera aspiraba a un cambio de política. Y así sucedió. El 18 de septiembre de 1868, se inició una sublevación en la bahía de Cádiz, llevada a cabo por la Armada, a cuyo mando se encontraba el Almirante Juan Topete, el mismo que gritó el célebre ¡"Viva España con honra!". Empezaba así el alzamiento revolucionario conocido como ´La Gloriosa´, el cual enseguida contó con un amplio apoyo popular. A los tres días, cuando en Palma se advertían algunos síntomas de intranquilidad, el Capitán General de Baleares, José de Reina y Frías de la Torre, recibió las órdenes del Gobierno de declarar el estado de guerra en la provincia. De esta manera, asumía el mando absoluto de las islas. El 28 del mismo mes, tuvo lugar la decisiva batalla de Alcolea (Córdoba) entre las tropas sublevadas, dirigidas por el general Serrano; y las isabelinas al mando del general Novaliches. Venció, con no pocas bajas, Serrano. A los dos días la reina Isabel II salía desterrada desde San Sebastián a Francia.

Durante todo el mes de septiembre, en Palma las autoridades siguieron la táctica de ir "secuestrando" las noticias que iban llegando sobre los hechos de La Gloriosa acaecidos en la Península. Si hemos de hacer caso del Noticiario de Juan Llabrés "hallábase Palma entregada a la más cruel de las impaciencias".

Finalmente, ese dique de contención informativo fue quebrado el 1 de noviembre. Sobre las diez de la mañana, corría la voz por las calles de Palma, que en Alcúdia se habían pronunciado a favor de la Revolución, tras recibir nuevas noticias llegadas con el vapor correo, según las cuales, algunas de las principales capitales de provincia ya se habían sublevado. Los palmesanos vieron enseguida que la cosa iba en serio, pues enseguida se percataron de que las tropas habían sido armadas. Una calma tensa se apoderó de la ciudad. Era aquella clase de silencio que precede a la tempestad. Ante esta situación, los más prudentes „la mayoría„ se marcharon a sus casas, cerraron sus tiendas, paralizaron sus negocios, recogieron a sus hijos... Los demás se reunían en corrillos por las inmediaciones de Cort, del Palacio de la Almudaina, del muelle... En cambio, todos esperaban la diligencia de Alcúdia, portadora de las noticias continentales. Al rato, la indignación se apoderó de la gente, al descubrir que el Capitán General había enviado a una sección de la Caballería con órdenes de interceptar la diligencia correo con el fin de recoger y custodiar las cartas y noticiarios venidos de la Península. Los soldados dieron el alto al conductor en Santa Maria el Camí, y allí se apoderaron de la deseada correspondencia. En un principio el hermetismo de las autoridades era implacable, pero ya por la tarde, el general de Reina entendió que la situación era insostenible y decidió no retener por más tiempo los periódicos y cartas incautadas, permitiendo que se leyesen en público.

Tras la explosión de júbilo, los palmesanos, impelidos al toque de somatén dado por la campana d'en Figuera, se fueron concentrando en la plaza de Cort. Allí compareció el jefe de día, el comandante Cándido Carretero, y ante un contenido silencio espetó: ¡Viva la Soberanía Nacional! La gente irrumpió con aplausos y gritos de alegría: ¡Viva la libertad!, ¡Viva Prim!, ¡Abajo los Borbones!

Pero de repente, todo ese entusiasmo colectivo fue irrumpido por la presencia del alcalde de Palma, Sr. Manuel Mayol Bauzà, el gobernador, Sr. Felip Fuster de Puigdorfila y otras autoridades y acólitos, todos ell0s partidarios isabelinos. En un primer momento se temió que pudiese surgir un verdadero conflicto, pero la rápida intervención del comandante Carretero, ordenando a unos pocos soldados que acompañasen a las autoridades hasta el interior del Ayuntamiento, evitó un posible enfrentamiento.

De todos modos, parte de la turbamulta entró en el Consistorio y algunos descolgaron los retratos de los antiguos reyes con la intención de quemarlos o destrozarlos. Bajaban ya con ellos las escaleras de la Sala, cuando, de nuevo, el comandante Carretero "en un arranque impremeditado de personalidad" arrebató el retrato de la reina Isabel II de las manos de aquellos exaltados. Al intentar salir del Ayuntamiento, el alcalde y el gobernador bajo la protección del jefe de día, fueron apedreados y zarandeados por la calle, aunque finalmente se pudieron refugiar "más que deprisa, en la guardia de la cárcel" y más tarde se dirigieron al Palacio de la Almudaina, junto al capitán general.

En cambio, el gentío "paseaba en triunfo" frente a Cort a otro alcalde, a Miquel Estade y Sabater, que había presidido dignamente el Consistorio en 1865, durante el contagio del cólera en la ciudad. Mientras tanto, en el muelle, el Sr. Gómez, visitador de consumos, se había escondido en el vapor correo. Se salvó del abordaje de la colérica muchedumbre gracias a la intervención del capitán del barco que ordenó retirar la pasarela. Gómez se salvó por los pelos, no así las dependencias de la Administración de Hacienda y su residencia que fueron quemadas.

Al mismo tiempo, en el Born unos cuantos hombres a base de golpes de maza y zarandeando la estatua de Isabel II con cuerdas, consiguieron tumbarla y hacer añicos el monumento. También se vio el carruaje del alcalde, convertido en llamas, pasearse por la ciudad. Como se dice en mallorquín "sa cosa s'embrutaba". En el Noticiario se puede leer: "Iba tomando un carácter alarmante aquella venganza de agravios... y cuando la noche hubiera podido encubrir mayores y más lamentables desmanes, descargó sobre Palma una tan fuerte lluvia, que mal a su pesar los pocos que llevaban intento de hacer daño, puesto que los más eran curiosos y desaprobaban tales excesos cometidos [€] hubieron de retirarse precipitadamente cada uno a su casa".

A pesar de estos lamentables sucesos, empezó el Sexenio Democrático, un período en que hunde sus raíces la España democrática.

*Cronista oficial de Palma