En la antigüedad creían que las setas se originaban con la caída de los rayos. Durante mucho tiempo me sorprendía esta creencia. Pues aunque los hongos son de misterioso nacimiento, siempre amparados por la humedad y las sombras del bosque, resulta difícil de creer que sean originados por la chispa genesíaca del cielo. Sin embargo, el otro día ocurrió algo que me ha hecho cambiar en parte de opinión.

Suelo dejar una silla vieja, de esas con asiento de rafia, en el exterior. Donde recibe los embates de la lluvia y el viento, y me sirve para las cargas y descargas desde el coche. Pues bien, una mañana al salir me encontré con tres hermosos hongos en su superficie. Aunque eran de reducido tamaño, parecían hacer crecido de la nada. Con su tallo, su corola, su aspecto casi presumido.

Me pregunté asombrado de dónde habrían salido. Del rayo creo que no, porque no tengo conciencia de haber sufrido el impacto de ninguna centella. Pero sí que comprendí la antigua leyenda, por lo inesperado y rápido de su aparición.

Los tres pequeños hongos alcanzaron una altura de unos dos dedos en un día, y a la mañana siguiente habían desaparecido. No es extraño que las antiguas tradiciones consideren a las setas como aliadas de los hongos, las brujas y las alucinaciones. Me parecía realmente un fenómeno mágico.

También en nuestra vida interior ocurren estos acontecimientos. De repente, es como si cayese un rayo sobre nuestra psique. Y donde antes no había nada más que vacío y normalidad, aparecen las enigmáticas figuras del mundo fungil. Que tienen algo de capricho goyesco o de seres con capucha. Entonces comprendes cosas que hasta aquel momento te habían pasado por completo inadvertidas. Visiones que pueden llegar incluso a cambiar por completo tu realidad.

Porque, en nuestro aspecto más profundo, todos somos en cierta manera hijos del rayo.