"El reo, que había entrado en capilla en las últimas horas de la noche anterior, fue trasladado al interior de la prisión a las 7,30 de la mañana donde el ejecutor de la justicia le aplicó el garrote. Inmediatamente de cumplida la sentencia se izó en el edificio la bandera negra". Así termina la nota de apenas 20 líneas que los periódicos mallorquines dedican al último ejecutado en la isla. Ocurrió en la mañana del 21 de febrero de 1951 y el sentenciado fue Pedro Tudurí Vidal.

El matrimonio formado por Marcial Giménez y Valentina Armijo regenta un local de bebidas en la calle Ermità de Palma. A mediados de 1945, la pareja desaparece, aunque sus familiares piensan en un principio que se ha trasladado a Barcelona. Sin embargo, ante la falta de noticias, denuncin los hechos a la Policía Armada. El establecimiento que regentan es propiedad de Pedro Tudurí, pero desde hace un tiempo los inquilinos han alcanzado un acuerdo para adquirirlo. De hecho ya han abonado algunas cantidades. Este dato levanta las sospechas de los investigadores porque Tudurí es el gran beneficiado al recuperar el control del local.

Tras un "hábil interrogatorio", Tudurí confiesa no dos sino tres crímenes. Primero el de Bernardo Ramis con quien mantiene una agria discusión por negocios. Tras matarle, aviva el fuego que alimenta una caldera de la tintorería en la que trabaja y le incinera. Después llama a Marcial Giménez para reclamarle más dinero. Se produce una disputa y Tudurí comete su segundo crimen. Al percatarse de que la esposa sabe con quién ha quedado su marido, la convence de que acuda a la tintorería y también la mata a golpes. Después procede al descuartizasmiento y cremación del matrimonio, tal y como ha hecho ya con su primera víctima.

El juicio, celebrado en 1948, pasa desapercibido en la prensa local, sometida a una fuerte censura. La sentencia es de 14 y 17 años por los homicidios de los dos hombre y pena de muerte, por las circunstancias agravantes, en el crimen de la mujer.

Bandera negra en la prisión de Capuchinos para terminar una serie teñida de sangre, la de las víctimas y la de los verdugos. Hace casi 60 años que en Palma no se ejecuta ninguna pena de muerte, una venganza del hombre contra el hombre que, civilizadamente, abolió la Constitución de 1978.