Los palmesanos estamos acostumbrados a recibir la visita de personajes ilustres. Aún retenemos en nuestra memoria el paseo en carroza que realizaron los emperadores del Japón por las milenarias calles de nuestra capital, o el tranquilo paseo a pie que dio el presidente de los Estados Unidos de Norteamérica, Bill Clinton, junto a su familia entre los patios y plazas de Palma. Por no hablar de los reyes de España que pasan sus vacaciones de verano en Mallorca. Estas visitas, y algunas otras contemporáneas en el tiempo, levantan una gran expectación, y a menudo provocan que las calles de la ciudad se conviertan en auténticas torrenteras de gente movidas por la curiosidad. Ahora bien, si aumentamos el espectro de nuestra memoria, en este caso escrita, detectamos que la visita que provocó la movilización más importante de los habitantes de Palma fue la que realizó en 1541 el emperador Carlos I.

Conocemos bien los hechos, pues tras su visita se editó un opúsculo titulado "Libre de la benaventurada vinguda del Emperador y Rey Don Cárlos", el cual aparece acompañado de una serie de grabados. Según este valioso documento todo empezó con una carta escrita desde Génova, día 12 de agosto de 1541, por el príncipe Andrea Doria "Capita general de las mars" y dirigida al virrey de Mallorca Felip de Cervelló. En dicha carta se informaba al virrey que a primeros de septiembre, el Emperador zarparía desde Milán para dirigirse directamente a la ciudad de Mallorca, dónde allí se uniría con "las armas de todos sus Reynos". Esta concentración de fuerzas militares en Mallorca tenía que ser el punto de inicio de la campaña contra Barbarroja. Conocidas las intenciones del César Carlos, las instituciones mallorquinas se movilizaron concentrando todas sus energías en acomodar al Rey y a sus soldados durante su estancia en la Isla "... per que axi estiguessen bastes les plaças de pa fresch. Feren molt be provehir las carneçeries, redificaren y repararen molts lochs de la ciutat que ab la ruina dells la enletgian". Es decir, repararon y limpiaron la ciudad, y la avituallaron para poder proveer a todo el numeroso ejército que estaba a punto de llegar. Para esta ocasión también se levantaron puentes y arcos triunfales para solemnizar la bienvenida al soberano. Días antes que el Rey llegaron, primero, una nave del conde de Fuentes con muchos caballeros aragoneses. De Barcelona diecisiete galeras españolas capitaneadas por Bernadino de Mendoza. Con ellas llegó el Almirante de Nápoles, el conde de Caudete, el conde de Itona, el bailio general de Barcelona "y quasi tots los varons y cavallers de aquella". Las naves del príncipe de Salermo, del duque de Alba, de don Fernando de Gonzaga, virrey de Sicilia, todas ellas acompañando a la nave del capitán Andrea Doria, en la cual iba el Emperador, arribaron a la bahía de Palma el jueves trece del mes de Octubre de 1541. Al ver desde el mar la Ciudad de Mallorca, preguntó el rey Carlos a Andrea Doria si era esa ciudad tan buena como parecía, a lo que respondió el capitán que aún era mejor. Cuando la nave del Rey ancló delante de la Catedral empezaron a disparar salvas desde las murallas, y se pusieron grandes estandartes y banderas sobre ellas; y a continuación respondieron las naves de Su Majestad con su artillería. En seguida, con un bergantín, se acercaron al barco imperial los jurados del Reino de Mallorca, vestidos con sus características "gramalles de çetí de grana" y subieron a bordo presentándose ante el Rey. El caballero Joanot Caulelles, "jurat meritissim militar" fue elegido portavoz de jurados por lo que se dirigió en mallorquín a D. Carlos: "Sacra y Cesarea Magestat: los Jurats de aquesta sua ciutat y regne besen las mans y peus de vostra Reyal Magestat per part de tot aquest seu Regne per esta sua benaventurada vinguda: y supliquen quant humilment poden, que li placia tenir se per servit que en esta sua ciutat lo reban ab la manera y forma que han acostumat de rebre Reys pasats de digna memoria, predecessors de vostra Magestat?" Una vez acabado el ditirambo, el Rey le respondió en castellano: "Yo me tengo por servido me recibays como habeys acostumbrado recibir los Reyes mis antepasados". Dicho esto, los jurados volvieron al muelle para preparar el desembarco del César. En el muelle se levantó un arco triunfal sobre un puente cubierto, trazado por el notario Gabriel Sampol. Allí aguardaban las autoridades con el palio y pabellón reales. Se habían preparado dos caballos. Uno ricamente guarnecido "ab sella y frens deurats y ab las guarnicions de vellut carmesí, ab sas flocaduras de or y de seda molt ricas". A su vez, el otro "era tot guarnit de vellut negre", pues se sabía que D. Carlos llevaba luto por la muerte de la Emperatriz. Cuando todo estuvo preparado, desembarcó el Rey, y por el luto que llevaba no quiso pasar por el arco triunfal ni por el puente. Por supuesto eligió el caballo guarnecido de terciopelo negro y dejó para Monsieur Legran el otro rocín. En el momento en que montaron los caballos, la artillería de las murallas volvió a disparar salvas. Fue tal el estruendo que el Rey ordenó que no se tirasen más pues no podía tranquilizar al caballo. Acto seguido, entró el monarca bajo palio en la ciudad, por la puerta del muelle seguido de "tanta multitud de grans senyors y cavallers que de totas parts havian convinguts en esta expeditio, axi de peu com de cavall, que quasi seria imposible comptar los". Al entrar todos ellos se mezclaron con los caballeros y ciudadanos de Palma (continuará).

*Cronista oficial de Palma