Los orígenes de este deporte olímpico se encuentran en un milagro ocurrido en Mallorca. La historia transcurre entre Palma, Sóller y Barcelona. Su protagonista es Sant Ramon de Penyafort, nacido en 1180 en el Alt Penedès y fallecido en Barcelona en 1275.

Su biografía está plagada de hechos notables y su obra teológica es extensa. Sin embargo, lo que aquí interesa es su historia mallorquina -aunque mejor sería referirnos a una leyenda, ya que no se forja hasta el siglo XV y no aparece en los documentos de beatificación. El viaje a Mallorca fue propiciado por su estrecha relación con Jaume I. Después de que el Conquistador de hiciera con la isla en 1229, Ramon de Penyafort le acompañó en su condición de consejero para asuntos celestiales y terrenales.

Sin embargo, el dominico pronto se harto de la vida licenciosa del monarca. No olvidemos que Jaume I fue un mujeriego empedernido y que llegó a ser excomulgado después de cortar la lengua al obispo de Girona, al que acusó de revelar un secreto de confesión. Ramon de Penyafort se hartó de este "hom de fembres", como le catalogan sus coetáneos, y decidió regresar al Principado. Otra versión de la historia asegura que Jaume I prohibió que nadie transportara al monje porque quería tenerle a su lado hasta que le absolviera de la ofensa causada al prelado gerundense. En cualquier caso, el Rey le negó la autorización necesaria para emprender el viaje, circunstancia que no arredró al futuro santo.

Se trasladó de Palma hasta Sóller y allí, junto al mar, empuñó su báculo a modo de mástil y su túnica como vela. Ante el asombro de todos los presentes, cruzó el mar hasta llegar al puerto de la Ciudad Condal. En el Port de Sóller aún se puede ver la roca desde la que, según la tradición, inició este prodigioso viaje.

Esta imagen se convirtió a partir del siglo XVII, y pese a la dudosa autenticidad de los hechos, en la representación iconográfica más popular de Ramon de Penyafort.

Sus servicios como asesor jurídico o juez le convirtieron en patrono de jueces y abogados. De hecho la condecoración más alta del mundo de la judicatura es la de San Raimundo de Peñafort. Si no fuera porque el siglo XXI es el de los descreídos y de los relativistas (Benedicto XVI dixit), los windsurfistas también le habrían otorgado su patronazgo... y Mallorca sería reconocida como cuna de su deporte, igual que Inglaterra lo es del fútbol.