El autobús de la línea 7 para en Jaume III. Subo en dirección a la Soledat. Es la primera hora de la mañana y en los asientos dormitan algunas empleadas de una empresa de limpieza que han terminado el turno de noche, jóvenes disfrazados de americano, ancianos y una madre acompañada de su hijo. Nadie habla con nadie. Los pasajeros están concentrados en sus preocupaciones, en sus alegrías, en sus ilusiones. Los más jóvenes se aíslan con auriculares en la orejas y música estridente, inadecuada para esta hora de la mañana, espantosa para todo el día.

En nada se parece el ambiente de nuestros autobuses de hoy a los de los tranvías que circularon por la ciudad a partir de 1891. Primero, tirados por mulas. A partir de 1916 la tracción de sangre fue sustituida por la eléctrica. En 1959 los últimos vagones fueron sustituidos por autobuses.

Miquel dels Sants Oliver cuenta en La Ciutat de Mallorques que en las carrozas de todos, así las llama, "tothom s´hi coneix, tothom s´hi saluda...: Bona nit tenguen, ...nit tenguen, ...tenguen". En él coincidía todas, o al menos casi todas, las clase sociales -"Puja un pescador d´afició, amb un feix de canyes i salabres; puja un menestral acomodat; pugen unes criades amb covos de verdures i telers de brodar"-.

La jardinera es el lugar en el que se transmiten las noticias de la ciudad -"el tramvia bull"- porque todos entablan conversación de extremo a extremo de la plataforma: "Parlen amb més llibertat que al cafè, parlen al desconegut sense discreció, sense reserva. Parlen en alta veu del succés del dia, de la fugida o del matrimoni desavingut, davant l´amic, el germà i el pare, sense donar-se´n compte". Todos los pasajeros participan del bullicio de la expedición: "El tramvia silenciós de les grans capitals, on tothom se mira i observa amb desconfiança, no té res que veure amb la carrossa ressonant de veus i rialles que recorre mitja ciutat i passa per Santa Catalina i El Terreno".

Nada de eso ocurre en los azules y grises -un color muy propio- autobuses de la EMT. Nadie conversa con nadie, tal vez no lo hagan ni consigo mismos. ¿Por qué? Porque lo que ha cambiado no es el transporte, es la ciudad. La Palma provinciana en la que todo el mundo se conocía, todo el mundo se saludaba, ha muerto. La Palma de hoy se parece, en lo malo, a cualquier otra ciudad del mundo occidental.