¿Y ahora qué?

Vicenç Nicolau Munar

Es evidente lo que entendí el 29 de mayo cuando él salió en televisión para anunciarnos nuevas elecciones. Impertérrito, como caudillo invicto (aun siendo derrotado), se manifestó ungido para desempeñar la voluntad suprema (mandato popular, dijo) de cumplir un precepto de unificación patria (de media España, quiso decir).  

«Caudillismo, capacidad de llegar al Gobierno aun con maneras informales». No se le puede negar la suficiencia.

Capaz de comprar voluntades, ya sea con dádivas o correctivos, y poseedor de una chistera mágica de la que es capaz de sacar cualquier exigencia que favorezca sus intereses. Hoy tiene la preeminencia necesaria para satisfacer su hedonismo, aunque nadie se salve y todo se rompa. 

Sólo tiene un problema que padeceremos todos: las abigarradas tropas que lidera son de tan diverso color y tan variados requerimientos que no hay hacienda suficiente para pagarlos. Tan sólo desde el sacrificio y la humillación de los vencidos podrá calmar temporalmente a su mesnada, que, cuando no haya que repartir, lo dejarán solo a él y a todos nosotros sin nada. 

Recuerdo otra vez aquel anónimo «… lo inevitable sucede y pasa y vuelve…» para que todos los que perduren a tal hecatombe sean capaces -con más acierto, grandeza y humildad- de reconciliarse y reconstruir tanto despropósito.