Mismas malas noticias hoy, buenas ayer

Francisco Suárez Riera

El fascismo introdujo en su praxis política la teoría que, de una mentira mil veces repetida, surge una verdad como un templo. Y fue ahí, en este turbio y gordo caldo, cuando muchas generaciones, también la mía, fueron desheredadas de la exquisita sensibilidad de un buen detector de mentiras. La madre del cordero. Si hay gente que niega hoy la redondez de la tierra, es debido a esa impía empanada mental que vacía el sagrado verbo de toda veracidad.

Entretenidos largo tiempo con insolventes cuestiones como «Rascayú cuándo mueras qué harás tú/Un cadáver solamente tú serás», salimos del franquismo con un chute de amnesia colectiva sobre la realidad histórica y con unas desorbitadas tragaderas, sin filtro adecuado para la trola. Desde entonces, muchas e importantes decisiones políticas han sido indetectables pifias rebozadas de falaz mendacidad. La restauración monárquica, por la puerta trasera y evitando un referéndum, huele a detritus. 

Un falsario ingreso en la OTAN con velada violación de sus condicionantes, nos tiene al hilo de un holocausto nuclear. Una improvisada anexión a la UE, con desmantelamiento del tejido industrial, por un monocultivo de zafio turismo «Magaluf» nos ha hecho más vulnerables. La privatización de empresas de vital y estratégico interés, creadas con la explotación del sacrificio popular de posguerra, en manos hoy de oligopolios incontrolables, nos tiene perforado el bolsillo y el cuerpo estremecido. 

Mientras laureados criminales de guerra han ocupado mausoleos en basílicas cristianas, los nietos de sus víctimas están desenterrando, a uña no más, los huesos en octogenarios taludes. Y suma y sigue. Secuelas de profunda intoxicación que el solo tiempo no remedia. Hace falta un antídoto contumaz contra tanta patraña, jeringa fatal de narcótica sumisión.