Opinión

Los empresarios, contra la ultraderecha

Más de treinta empresas de gran tamaño de Alemania, ante la inminencia de las elecciones europeas de junio, han adoptado explícitamente una posición común contra la ultraderecha para pedir a sus trabajadores y a la sociedad en general que actúen y tomen una posición firme contra el extremismo y el populismo que impiden, según aseguran, una Europa y una democracia fuertes.

La campaña no va directamente dirigida contra Alternativa para Alemania (AfD), el gran partido neonazi que está adquiriendo un predicamento inquietante, sobre todo en los länder de la antigua Alemania del Este, porque los líderes empresariales no quieren involucrarse directamente en la política concreta, pero su postura y su beligerancia son inequívocas.

La campaña, titulada «Defendemos los valores», apuesta por los partidos proeuropeos y también cuenta con el apoyo de la Federación de Industrias Alemanas (BDI) y la Confederación de Sindicatos. «Los extremistas y racistas están dividiendo nuestra sociedad, dividiendo nuestro país, poniendo en peligro nuestra prosperidad», ha afirmado el jefe de Siemens AG, Roland Busch. «Queremos más diversidad, más apertura y más tolerancia para una sociedad en la que valga la pena vivir y que sea próspera. Esta es la base de la fuerza innovadora y la competitividad». Y advierte: «Están poniendo en peligro lo que hemos construido». Al propio tiempo, el jefe del Deutsche Bank, Christian Sewing, ha declarado: «Necesitamos mucha más Europa. Tenemos que fortalecer aún más este mercado interior. Los populistas quieren exactamente lo contrario, pero la competitividad de Alemania y Europa se basa en mercados abiertos. Las ideas de los populistas son puro veneno para la economía».

Un comentario editorial español ha manifestado un sintético análisis que compendia lo ocurrido: «Nunca antes tantas y tan destacadas empresas habían unido sus fuerzas por la diversidad, la apertura y la tolerancia. Juntos, explican, quieren enviar un mensaje contundente contra el populismo y mostrarse a favor de la apertura y la diversidad, porque son la base de la prosperidad alemana. Por ello, según detallan, quieren animar a sus casi dos millones de trabajadores a votar en las elecciones europeas y frenar el voto ultra».

En definitiva, los empresarios declaran que han «decidido formar parte de esta alianza» porque quieren «enviar una señal contundente contra el populismo, el odio y la exclusión». Así se ha explicado Michael Lewis, director ejecutivo de Juniper, la multinacional líder en redes.

Esta toma de posición alemana, un país que tras la Segunda Guerra Mundial ha sido ejemplar en el aislamiento de los extremismos no democráticos –ha establecido cordones sanitarios no solo contra la extrema derecha sino también contra una rupturista extrema izquierda-, tiene la virtud de resumir la memoria histórica de un pueblo que protagonizó la más cruenta desviación moral y política del siglo XX, provocando la mayor tragedia de la historia de la humanidad. Los hijos/nietos de aquellas generaciones desnortadas quieren hoy andar con pies de plomo en la gestión de un régimen democrático que no haga concesiones a quienes pretenden orillar los grandes valores democráticos/europeos.

España, por su historia reciente –no tan ensangrentada como la alemana pero también dramática y viciada por las mismas ideas autoritarias- debería tener igualmente una sensibilidad especial a la hora de rechazar a partidos que pretenden la involución hacia parajes que ya conocemos, que detestamos y cuyo retorno no vamos a permitir. Por ello, resulta muy inquietante que el líder de la patronal española, Garamendi, haya aceptado encabezar una delegación de empresarios de segunda fila que ha satisfecho los deseos del fanático ultra argentino Milei y le ha rendido pleitesía en su venida España a secundar a Vox y de paso ciscarse en las instituciones españolas.

Los empresarios españoles, que durante la Transición pelearon a fondo para conseguir el lugar eminente y digno que hoy ostentan, tuvieron que trabajar mucho para ponerse al paso del capitalismo moderno, que tiene rostro humano y es consciente de su responsabilidad social corporativa. Sus representantes deberían, pues, estar a la altura y alinearse con las modernas corrientes que concilian el mercado con la justicia social, la competencia con los grandes servicios públicos. n

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