Opinión

‘300’ y la bronca perpetua

Carles Puigdemont

Carles Puigdemont / EP

No conozco muchas historias con el torrente épico de la batalla de las Termópilas. La hazaña de trescientos espartanos agrupados en un desfiladero para detener a más de cien mil persas, y que solo pudieron ser derrotados por el chivatazo de un tipo deforme y despechado, no tiene parangón. Si Churchill dijo de los pilotos de la RAF que protegieron los cielos de Inglaterra frente a la aviación nazi «que nunca tantos debieron tanto a tan pocos», no puedo ni imaginar las palabras que emplearía el rey Leónidas para ensalzar el sacrificio de sus compatriotas. Y el suyo propio. No me extraña que, primero Frank Miller con sus cómics y, posteriormente, Zack Snyder con su película rindieran tributo a esta gesta, en la que confluyen el coraje y la cobardía; la lealtad y la traición. O sea, lo mejor y lo peor de la condición humana.

Es precisamente esa dualidad la que me lleva a pensar en 300 para explicar algo que creo que sucede en la política española: que son trescientos pavos -y pavas-, o cuatrocientos, quinientos... me da igual el número exacto, pero no muchos más, quienes mueven los engranajes del mal rollo y la bronca perpetua. Estos -y estas- no son guerreros espartanos. Son políticos, asesores, periodistas, empresarios, jueces, abogados (preferentemente del Estado), youtubers, tuiteros, algún cura con galones... Sus Termópilas están en Madrid, pero fingen que toda España es su campo de batalla, aunque la realidad les desmiente. Ejemplos. La reciente toma de posesión del nuevo presidente gallego fue un homenaje a la corrección institucional y las buenas formas. Catalunya, más allá de la matraca independentista y del mesianismo de Puigdemont, transita hacia las elecciones sin grandes afrentas. Incluso la reciente campaña en Euskadi, que pudo haberse tensado por el indecente negacionismo de Bildu con el terrorismo de ETA, se cerró sin los insultos y desplantes que tan frecuentes resultan en la caldera madrileña. Así que tal vez deberíamos buscar, igual que los persas en las Termópilas, algún atajo para sorprender a estos irredentos sembradores de cizaña. Porque no son héroes. Son tóxicos.