Opinión

¿Por qué todo el mundo habla de ‘La estrella azul’?

En la película, Mauricio Aznar se embarca en un viaje por la Argentina profunda para huir de lo que le dolía de su ciudad

La respuesta está en estos versos: «¿Dónde está la estrella azul?/ Yo no podré con mi dolor/ En otros cielos brillará/ Esa estrellita del amor». Y es que Javier Macipe, director y guionista del filme, habla desde el amor, desde el dolor y sobre todo de la vida de una forma desnuda, distinta, arriesgada y profundamente evocadora, como si La estrella azul estuviera marcada por la magia de una música que alumbra, abraza y perdura en el sueño durante dos horas y nueve minutos. Casi toda una vida.

Hay una sensación que es única y genuina y que se experimenta en una sala oscura, con personas a las que desconoces a tu lado, disfrutando de una de esas películas que será grande porque nace con la grandeza de la humildad en el recorrido de una vida salpicada de conflictos, de sueños que no lo eran tanto y de realidades que son como sueños hermosos, habitados de metáforas, magia, rezos de intacta tradición y un puñado de insólita humanidad.

La película de Macipe sobre la historia de Mauricio Aznar arranca en una Zaragoza donde la música bullía con fuerza y valentía y donde la heroína se extendía sin compasión ni misericordia, pero todo en La estrella azul escapa al sentimentalismo o al amarillismo y se concentra en la fuerza de su imagen, en las interpretaciones soberbias de sus protagonistas -impecables Pepe Lorente, Marc Rodríguez y esa familia argentina libertaria y envolvente-, en lo escueto y en los hermoso, aunque todo en esa Zaragoza de los noventa sea negro, mediocre y bastante doloroso.

La vida está en todas partes, debió pensar Mauricio Aznar, quien, para huir de lo que le dolía de su ciudad, se embarca en un viaje por la Argentina profunda donde se descubre, aprende, ama y vive su vida de una forma tan espontánea que roza la infancia, de una forma tan pura que es el espejo donde aprende a no defraudarse y si eso llegara a ocurrir siempre quedaría Santiago del Estero y Carlos Carabajal.

Y tú, espectador, te vas enamorando de todo lo que ves y oyes y te enamoras de los personajes, de los paisajes, del desorden, de la soledad. Te enamoras tanto y tan rápido que las lágrimas brotan cuando un grito ahogado nos trae de vuelta, pero la chacarera sigue sonando: «Sombrero roto en la frente/ Perro flaco y huella larga/ Recaudé el hombre que anduvo en brazos de su guitarra».

Porque La estrella azul reescribe la pena magistralmente y goza la vida con hondura y sin estridencias. Maravilla.

Suscríbete para seguir leyendo