Opinión | Exsecretario general de Puertos del Estado

Limón & vinagre | Álvaro Sánchez: Sin confianza que dar

Álvaro Sánchez Manzanares, ex secretario general de Puertos del Estado.

Álvaro Sánchez Manzanares, ex secretario general de Puertos del Estado. / EP

La historia de la delincuencia política española es larga y densa y, sin embargo, seguimos presos de imaginarios ridículos. El cerebro de las conspiraciones desde el poder debe ser alguien inteligente, astuto, seductor, previsor, con toda la brillantez y elegancia de un ladrón de guante blanco. Pues no. Al final del dédalo de la corrupción a quien te encuentras, calentándose en calzoncillos un plato de callos en un camping gas es a Luis Roldán o a Koldo García.

Luego están, por supuesto, los sujetos instrumentales de la trama, los que domesticaron expedientes para que circularan como animalitos obedientes por donde debían, los que convocaron reuniones y filtraron información, los que firmaron documentos que solo ellos podrían firmar, los que tienen la habilidad de saberlo todo y no saber nada. Son más grisáceos y menos folklóricos.

Son gente como Álvaro Sánchez Manzanares, secretario general del ente público Puertos del Estado, dependiente del Ministerio de Transporte, cuyo titular Óscar Puente, lo destituyó la pasada semana por «pérdida de confianza». Parece un chiste, pero no. Es un ministro.

¿Sánchez Manzanares es un cuerpo extraño e infeccioso que llegó por alguna alcantarilla a Puertos del Estado? No. Es un señor que hizo sus oposiciones de abogado del Estado y que llevaba en Puertos casi 15 años. Desde 2015 era secretario general después ocupar la dirección de varias áreas relevantes en el organismo público.

Se comenta que era muy trabajador pero, sobre todo, muy amigo de Pepe Blanco, exsecretario de Organización y exministro de Fomento -en la cultura del PSOE zapaterista el hecho de que el máximo responsable operativo del partido dirija el ministerio más inversor del Gobierno les parecía plenamente normal-. La capacidad disolvente de Blanco sobre el delicado tejido democrático del país se ha demostrado espantosa: baste recordar que uno de sus predilectos colaboradores juveniles fue el propio Pedro Sánchez, al que el secretario de Organización mandaba a impartir doctrina en tertulias televisivas de madrugada. Pues bien: Blanco creyó encontrar material político aprovechable en Álvaro Sánchez, que resultó elegido concejal socialista en el Ayuntamiento de Las Rozas (Madrid) en 2003.

Hace pocos meses la Guardia Civil le preguntó al entonces secretario general del organismo portuario si conocía de la vinculación de la empresa Soluciones de Gestión con un exasesor de José Luis Ábalos y Álvaro Sánchez dijo que no. Es una respuesta sorprendente. Un abogado con la amplia experiencia técnico-administrativa, profesor asociado y magistrado suplente, bajo cuya supervisión se tramita una compra de mascarillas por valor de 20 millones de euros a Soluciones de Gestión, la empresa de los amigos de Koldo García, suelta una mentira de la que necesariamente era cociente porque existían indicios en confesiones y grabaciones que sustentaban lo contrario.

En las grabaciones de la Benemérita Koldo, siempre exudando ruda camaradería masculina, lo llamaba «Alvarito». Y Alvarito se reía discretamente y apuntaba lo que tenía que apuntar en papel timbrado y sin timbrar.

Es compresible que el ministro haya perdido la confianza en Álvaro Sánchez después de conocer las conversaciones grabadas en el transcurso de la investigación judicial. Si Koldo llega a llamar a Álvaro Sánchez para decirle que no lo conoce de nada Puente se lo cree y seguiría haciendo hoy de secretario general de Puertos del Estado. Es curioso que José Luis Ábalos haya sido sacrificado por «responsabilidad política» y Sánchez Manzanares por «pérdida de confianza». Podría haber sido al revés.

Sin duda en el futuro inmediato nos espera una ampliación de la taxonomía del ministro de Transportes a medida que vayan cayendo piezas. Destituciones por confianza irresponsable, por pérdida de responsabilidad, por llamadas telefónicas demasiado largas, por la ordinariez de comprarse un Lamborghini. Lo fundamental es no mencionar la palabra «corrupción». De corrupción solo hablan los desleales. Y los fascistas, facinerosos y faranduleros del PP.

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