¿Europa, inerme y derrotada?

Vladimir Putin.

Vladimir Putin. / AP

Antonio Papell

Antonio Papell

La Conferencia de Seguridad de Múnich (MSC) en su sexagésima edición, recientemente celebrada entre el 16 y el 18 de febrero, ha sido este año un decepcionante foro de lamentaciones e impotencias, que resulta cuando menos alarmante en momentos en que las incertidumbres norteamericanas -hay elecciones en noviembre y no es ni mucho descartable el retorno de Trump a la Casa Blanca- obligan a Europa a asumir un protagonismo inédito frente a las graves adversidades que jalonan este agitado periodo, con Europa en el centro del huracán. Daniela Schwarzer, exdirectora del Consejo Alemán de Relaciones Exteriores, ha descrito así en un artículo el panorama: «un ambiente lúgubre se cernía sobre toda la reunión de formuladores de políticas y expertos en seguridad. Los líderes parecían abrumados por la confluencia de crisis y desafíos globales cada vez más profundos; muchos simplemente parecían exhaustos. La noticia de que Ucrania había perdido la ciudad de Avdiivka ciertamente no ayudó. Los suministros de municiones de Ucrania se están agotando y nadie sabe si el presidente estadounidense, Joe Biden, podrá aprobar otro paquete de ayuda en el Congreso antes de que finalice su actual mandato. Mientras tanto, el probable asesinato del líder de la oposición rusa encarcelado Alexei Navalny ha subrayado aún más la brutalidad de la dictadura de VladÍmir Putin e Rusia…». Y habría que añadir que la perspectiva de que este mismo año se desestabilice el planeta por el retorno a la cabeza del imperio de un desequilibrado megalómano como Trump termina de infundir el pesimismo que a casi todos nos embarga.

Es cierto que Europa ha reaccionado a las imprecaciones de Trump, quien durante su mandato exigía imperativamente que los socios de la OTAN contribuyeran la presupuesto común con al menos el 2% de sus PIBs respectivos. Alemania, por ejemplo, ha establecido un fondo de 100.000 millones de euros para cumplir con el referido objetivo de gasto, y actualmente es el primer proveedor de ayuda a Ucrania y el primer país que ha enviado una brigada permanente de carácter disuasorio a Lituania para reforzar el flanco Este de la OTAN que tiene uno de sus puntos más sensibles en los Países Bálticos. También es cierto que el Reino Unido y Francia han firmado como Alemania acuerdos de ayuda a largo plazo con Kiev… Pero parece claro que aunque Europa cumpla finalmente con esta aportación del 2%, el presupuesto de defensa de la Alianza seguirá siendo insuficiente si se detiene o se reduce exageradamente la contribución norteamericana, que posee reservas armamentísticas y avances tecnológicos insustituibles.

Así las cosas, cabía esperar que en Múnich se hubiera manifestado un mayor y más claro empeño de responder a la amenaza de Putin, con una clara disposición a movilizar los recursos necesarios para asegurar que el Estado autocrático ruso no se saldrá con la suya en Centroeuropa, donde algunos países y muchos ciudadanos se sienten directamente amenazados. Una de las defecciones de Múnich que más ha incomodado ha sido la de Úrsula von del Leyen, quien ha anunciado su pretensión de revalidar la presidencia de la Comisión y sin embargo no ha profundizado en su idea de crear una comisaría de Defensa, anuncio que podía haber sido el gancho de una toma de posiciones mucho más activa en la defensa de Ucrania.

La historia no se repite, ya se sabe, pero hemos vuelto a un dramático punto de partida: si los Estados Unidos reconsiderasen su apoyo a Europa, sería probable que Putin terminara imponiendo sus condiciones en Ucrania. Tampoco los aliados hubieran ganado la Segunda Guerra Mundial, o lo hubiesen hecho con un costo todavía más elevado, si Washington no hubiera dado entonces su decisivo paso al frente.

La debilidad de Europa, producto de un pacifismo tan defendible como insensato cuando el agresor se relame de voracidad a las puertas de la propia casa, es inquietante. Pero no acaba de verse cómo puede remediarse esta falta de liderazgo y de convicción que nos aqueja desde tiempos pretéritos que no vale la pena invocar.

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