Ábalos inaugura el postsanchismo

José Luis Ábalos, en el Congreso.

José Luis Ábalos, en el Congreso. / Europa Press/A. Pérez Meca

Matías Vallés

Matías Vallés

La peor noticia que debía recibir Pedro Sánchez esta semana era el resultado de las elecciones gallegas. Si algo puede salir mal, saldrá peor, de modo que el batacazo de las mascarillas millonarias impacta en La Moncloa con más fuerza que el fracaso en el asalto a la Xunta o que la amnistía perpetua. El primer caso de posible corrupción económica a escala estatal impone una fecha de caducidad al Gobierno, José Luis Ábalos inaugura el postsanchismo por una vía inesperada.

España se encamina hacia el primer sexenio contra Sánchez, sin que una parte relevante de la opinión publicada haya emitido jamás ni una línea a favor del presidente del Gobierno. No ha habido aquí erosión, como en Adolfo Suárez, Felipe González o incluso Rodríguez Zapatero. El actual titular fue un primer ministro no deseado desde el primer día, con independencia de sus resultados electorales. De ahí que en las entrevistas recientes se sintiera obligado a destacar que «soy presidente desde hace cinco años, y desde luego que gobernaremos cuatro años más». Aparte de reconocer la entrada en el sanchismo tardío, tenía que reivindicar una legitimidad garantizada por las urnas hace menos de un año.

Las revelaciones sobre el asesor íntimo del ministro Ábalos han acelerado la disolución. Los cambios de poder obedecen a detonantes sucesivos. Por ejemplo, un elefante en Botsuana, un Urdangarin en Mallorca y un Podemos en Madrid. Los signos aciagos se agolpan en la fase descontrolada en que los astros parecen conjurarse en contra de los gobernantes. A nadie puede extrañarse que Nancy Reagan acabara concediendo la regulación de la Casa Blanca a un astrólogo, una decisión tan delirante como fiarse al capricho de los acontecimientos.

Cuesta explicar por qué la explotación comercial de una tragedia colectiva se interpreta desde el PP como un signo de astucia mercantil, mientras que en el PSOE resuena miserable. González todavía acierta esporádicamente, por ejemplo al decretar que la izquierda paga más cara la corrupción. Constatada la evidencia, cabe preguntarse por qué no se afinaron los controles sobre un Ábalos que había disparado los comentarios en los mentideros, con notable antelación a su cese.

No hay que despistarse con un factor único, el postsanchismo es una corriente caudalosa. Los fiscales levantiscos le redactan a Sánchez el informe antiamnistía «Más dura será la recaída», Junts le retribuye una deuda vital votando contra la ley salvadora. Aquel día se captaron en el Congreso las imágenes que más se utilizarán en el desenlace del proceso en curso, unos visajes del presidente del Gobierno que desataron las alarmas con más dureza que los vídeos en que Joe Biden suspende en primero de Geografía.

Sánchez reaccionó contra la conducta de su paladín Ábalos, en unas fechas en que seguía protegido por la poción mágica. Cada vez parece más evidente que la crisis gubernamental de calado en julio de 2021 tenía por objeto único el más sorprendente, liberarse de la pareja formada por el ministro de Fomento engorroso y su asesor íntimo. La decisión se empapó de víctimas colaterales, al grito de que si quieres talar un árbol determinado sin levantar sospechas, quema el bosque. Stalin lo expresó con su singular sensibilidad, «un muerto es una tragedia, un millón de muertos son una estadística». La ceremonia de la confusión no impidió que se reparara en el extraño sacrificio del valido, las sospechas se saldaron con querellas del político valenciano. La perspectiva ha cambiado, el blindaje presidencial se ha agrietado.

El postsanchismo, al igual que el ocaso de sus predecesores, antepone el ansia de canonización del gobernante camino del martirio a la función política laica. Sánchez no trabaja hoy en exclusiva para sí mismo porque desprecie su entorno, sino porque ha percibido que llega el momento de adoptar una dimensión histórica, pretérita por tanto. El líder del PSOE menguante es un personaje de acción, frente a un Feijóo que encaja mejor en la hornacina aburguesada donde Valle-Inclán prometía que «la escoba de un sacristán te barrerá la cara».

En el postsanchismo, hasta los logros de antaño conspiran contra su autor. La operación de limpieza ministerial de 2021 adquiere hoy una vitola sospechosa, Sánchez se enfrenta a la evidencia de que procedió a la liquidación porque conocía los comportamientos de Ábalos. Al superar aquel escollo, la soberbia inherente a cualquier gobernante insufló en el líder socialista la magnanimidad de recuperar al condenado como diputado en 2023. Esta decisión agrava el problema, que desde luego no será el último.

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