ESCRITO SIN RED

Lecturas de los números gallegos

Si esto no es una catástrofe sin paliativos para el Gobierno, para Sánchez, y para Yolanda Díaz, rechazada en su propia tierra de forma humillante, es algo parecido

Pedro Sánchez y Yolanda Díaz.

Pedro Sánchez y Yolanda Díaz. / José Luis Roca | EPC

Ramón Aguiló

Ramón Aguiló

1.-Los resultados de las elecciones gallegas suponen la confirmación de las tesis alumbradas tras las generales del 23J por los medios y por la dirección del PP: mientras la derecha se presente dividida, es decir con Vox aspirando a sustituir al PP como su genuino representante, el totum revolutum de izquierda, extrema izquierda, nacionalismos de extrema izquierda y de derechas, ese conjunto abigarrado de fuerzas disolventes que pugnan por un Estado plurinacional, tiene posibilidades de conseguir su objetivo. Si la derecha se presenta unida, no tiene ninguna posibilidad. Vox obtuvo un 2,19% de los votos, no obtuvo representación; y el PP el 47,36%, y la mayoría absoluta de 40 diputados. Los partidos que conforman el Gobierno de España, PSOE y Sumar, obtienen apenas un 16% de los votos, un 14,04% el PSOE, y un 1,90% Sumar, que no obtiene representación. Podemos, el partido que irrumpió en el panorama político tras el 15M, un ridículo 0,2%. Si esto no es una catástrofe sin paliativos para el Gobierno, para Sánchez, y para Yolanda Díaz, rechazada en su propia tierra de forma humillante, es algo parecido.

2.-El presidente del Gobierno planteó la campaña electoral en clave nacional, como un plebiscito contra Feijóo, a resultas de la torpeza del dirigente gallego cuando en ataque de pánico por la amenaza de Junts de hacer públicas las conversaciones para la investidura, convocó a diez y seis periodistas para confesarles que el único camino para Cataluña en España era la reconciliación y no la confrontación, que admitía la posibilidad de los indultos para Puigdemont si se entregaba a la Justicia y renunciaba a la vía unilateral y que estudió durante veinticuatro horas la posibilidad de la amnistía, que descartó por anticonstitucional. Los resultados no podían ser peores para el PSOE. El plebiscito lo habría ganado Feijóo. Y la lectura consiguiente es por tanto de carácter nacional. Todo lo contrario a la ofrecida por los socialistas, que los resultados había que leerlos en clave autonómica. Intentando esquivar como sea las responsabilidades de Sánchez en su protagonismo en la campaña y el poner el aparato del PSOE al servicio del BNG y su candidata Pontón, relegando al PSOE a un ridículo 14% de los votos y a la condición de tercera fuerza. Hay que matizar la idea del plebiscito. La lectura correcta puede ser que el PP ha obtenido esos excelentes resultados a pesar de las torpezas de Feijóo y su inexistente proyecto para España excepto la derogación del sanchismo. Uno, porque el PP en Galicia se confunde con el paisaje, una especie de nacionalismo no excluyente de España, el «sentidiño» tantas veces invocado. Dos, porque una buena parte del electorado le ha tomado la medida a Sánchez y a su PSOE: capaces de cualquier aberración política con tal de mantenerse en el poder, un líder y un partido sin alma.

3.- El resultado de la pretensión de Sánchez de liderar las fuerzas disolventes de extrema izquierda, nacionalistas e independentistas que apoyaron la investidura de Sánchez, explicitada por él mismo tras proclamar tras el 23J «somos más» ha conducido de forma inevitable a la subordinación de la estrategia del PSOE a la de las fuerzas disolventes. Como correlato inevitable, a la subordinación de las estructuras territoriales del PSOE a los intereses de Sánchez y su Gobierno. Oscar Puente y la propia ejecutiva del PSOE se han sacudido sus responsabilidades en la catástrofe generalizada en los territorios atribuyéndoselas a los dirigentes territoriales. Otra prueba del cinismo de Sánchez. Si apoyaron al BNG frente al PSOE gallego, a qué extrañarse de pasar a ser tercera fuerza. Si se pacta con Bildu, a qué extrañarse por una posible alianza de Bildu y PNV en las elecciones vascas. Si se apoya a ERC y se pasa por encima del PSC en Cataluña, a qué extrañarse por el resultado de las próximas elecciones catalanas. Sánchez ha dejado de tener autonomía estratégica. No puede dejar de apoyar a las fuerzas disolventes en sus respectivos territorios porque le va en ello la vida de su propio Gobierno. Y para llegar a la presidencia, además, ha tenido que reducir al PSOE a la condición de su perrito faldero. Y ahora, el muy cínico, reprocha a su perrito ser un perrito sin mordiente alguno. A fuerza de mimetizarse con los intereses del nacionalismo, con los indultos a los golpistas, con la amnistía, con la entrega de Pamplona a Bildu, con la financiación de la deuda y con las transferencias o delegación de competencias, como las de tráfico en Navarra, o las de emigración a Cataluña, ese proceso de mímesis se ha convertido en su propia némesis. Su subordinación al nacionalismo para ser presidente del Gobierno ha conllevado la desaparición del PSOE del mapa del poder autonómico y municipal. Eso tendrá consecuencias no muy agradables para el autócrata de La Moncloa. Su «somos más» para España se ha convertido en «somos menos» para el PSOE.

4.- Puede formularse la pregunta de qué va a hacer Sánchez después de una derrota sin paliativos y quedando como tercera fuerza en Galicia, como en Madrid y Cantabria, en segunda fuerza en Andalucía, Castilla y León, Aragón, Valencia, Rioja, Murcia y Balears, perdiendo el gobierno en Extremadura y Canarias y reteniendo el gobierno sólo en Asturias, Navarra y la Castilla La Mancha del Page del extrarradio del PSOE. A ver qué pasa en el País Vasco, en Cataluña y las elecciones europeas de junio. ¿Va a cambiar su estrategia de gobernar al precio que sea? En absoluto. Lo vamos a ver de forma inmediata si consigue el voto de Junts para la amnistía de Junts y Puigdemont, de la cual van a poderse beneficiar, seguramente, condenados por terrorismo respetuoso de los derechos humanos condenados por pertenecer a ETA. Con ello podría aprobar los presupuestos de 2024 y asegurar su presidencia hasta 2026. Si no lo consigue, y aunque sea derrotado en las europeas, se va a encastillar en La Moncloa al coste que signifique para España, confiado en la inmensa dificultad que presenta el triunfo de una moción de censura impulsada por el PP. Un narcisista patológico como Sánchez no tiene más opción que la del ciclista que si no pedalea se cae. O como la marxista de los Hermanos Marx, destruyendo, al grito de «más madera» para la caldera, a un tren socialista reducido a las raspas de un arenque. La del que se dirige de forma acelerada hacia su propia destrucción; sin poder evitarlo.

Suscríbete para seguir leyendo