El año electoral más importante de la historia

El mundo está experimentando una recesión democrática, citando la evidencia de unos niveles decrecientes de libertad global, recesiones autoritarias y ataques a elecciones libres y justas

Javier Milei.

Javier Milei. / EFE

Antonio Papell

Antonio Papell

Antara Haldar, profesora asociada en Cambridge, profesora visitante en Harvard, investigadora principal del Consejo Europeo de Investigación sobre Derecho y Cognición, ha calificado 2024 como «el año más importante de la historia» porque «decenas de países, que representan la mitad de la población mundial, acudirán a las urnas. La lista incluye las dos democracias más grandes del mundo (India y Estados Unidos) y tres de sus países más poblados (Indonesia, Pakistán y Bangladesh). Y la Unión Europea, compuesta por casi 500 millones de personas de 27 países, celebrará elecciones parlamentarias». Newtral ha ajustado aún más estos datos, utilizando cifras del Banco Mundial: En 2024 habrá elecciones en 74 países, los 27 de la Unión Europea y otros 47 de todo el mundo, con una población estimada de 3.994 millones de habitantes, que suponen el 50,2 % de la población mundial.

Haldar añade que «muchos comentaristas y expertos ven en esta sincronicidad global como una especie de plebiscito sobre el orden global de posguerra». Hasta ahora, las críticas a ese orden no parecen favorables. Algunos argumentan que el mundo está experimentando una recesión democrática, citando la evidencia de unos niveles decrecientes de libertad global, recesiones autoritarias y ataques a elecciones libres y justas. En efecto, tras abatirse el Muro de Berlín y concluir formalmente la Guerra Fría, hubo una generalizada esperanza en el predominio de las libertades democráticas en todo el mundo, ya que el modelo de demoliberal se había quedado sin adversario. Francis Fukuyama lanzó entonces la tesis gozosa del «fin de la historia».

Hoy, sin embargo, aquel optimismo un tanto ingenuo se ha convertido en pesimismo con fundamento. El populismo, en sus diversas formas, se instaló en 2016 en los Estados Unidos mientras la extrema derecha se abría paso nuevamente en varios países europeos, dibujando un panorama confuso en cierto modo semejante al del periodo europeo de entreguerras. La fragmentación de ideas y objetivos alumbró un mundo inestable en el que han empezado a surgir conflictos locales —Ucrania, Gaza—, que pueden extenderse de forma incontrolada, y el populismo más infundado y detestable amenaza con dar paso a grandes aberraciones. El desenlace de la crisis argentina, con la llegada de Milei al poder, es una caricatura del destino que podría aguardarnos.

Haldar propone una reflexión sobre las causas de esta desilusión, y la atribuye a un fenómeno ya descrito por el sociólogo húngaro exiliado Karls Polanyi en su libro de 1944 La gran transformación: en él predecía el fracaso de separar los sistemas económicos de las sociedades sobre las que se instalan. Y eso fue lo que ocurrió después de la Segunda Guerra Mundial, cuando Occidente prometió al mundo paz y prosperidad perpetuas. La paz había de provenir de la democracia política, del demoliberalismo surgido de la Revolución Francesa y de la independencia de los Estados Unidos. La prosperidad sería fruto de la economía neoclásica, que primero consistió en un consenso socialdemócrata que se fue transformando en una gran propuesta neoliberal, desregulada y poco atenta a los valores y a los principios sociales… Se avanzó hacia «unos modelos —ha escrito Haldar— puramente procesales, desprovistos de política, valores y emociones. Fueron comercializados como sistemas plug-and-play que no necesitaban comunidad ni liderazgo, solo racionalidad individual infinita, y requerían un compromiso mínimo con el contexto o la cognición».

La crisis de 2008 terminó de sembrar el desconcierto y la desafección: las grandes superestructuras políticas y económicas trataron de resolver el problema que habían creado ignorando por completo a las sociedades nacionales que lo padecían. Y surgió el populismo, que abandona los criterios económicos de racionalidad para proporcionar respuestas simplemente emocionales. O como dice Haldar, «están ganando terreno al abandonar los argumentos economicistas presentados por los expertos e invocar motivos nativistas: el misticismo y la magia que, según el sociólogo alemán Max Weber, el capitalismo había sofocado decisivamente».

La receta es simple, para regresar del populismo voluntarista a la democracia, hay que adaptar esta sociedad real a las pasiones, a los miedos, a las necesidades de una gente que requiere receptividad a sus líderes y que exige que los grandes principios democráticos —solidaridad, libertad, seguridad— recuperen la entidad perdida.

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