Ampliando la base de la ‘fachoesfera’

Argumenta Sánchez que sin amnistía no habría Gobierno progresista; sin embargo, parece que con Junts como socio tampoco lo habrá

El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez.

El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez. / EFE

Joan Cañete Bayle

Joan Cañete Bayle

Esta semana, en la que el campo ha movilizado a sus tractores y la amnistía ha seguido tensionando las maltrechas costuras institucionales españolas, hemos aprendido también que la crítica musical forma parte de la conversación política. Así, Pedro Sánchez terció en el debate nacional del momento y afirmó que «a la fachosfera le hubiera gustado tener [en Eurovisión] el Cara al sol. Pero a mí me gusta más esta canción», en referencia a Zorra, el tema de Nebulossa que ganó el Benidorm Fest. La fachosfera, un término acotado al análisis comunicativo de redes y medios de la extrema derecha, ha hecho fortuna desde que el presidente del Gobierno empezó a usarlo en la refriega política. Allí, en la fachosfera se acaban encuadrando aquellos que no ven clara la amnistía, los machistas y, también, los detractores de Zorra. Es lo que tienen los reduccionismos: que tienden al blanco y negro y a la suma cero.

Las fases terminales de un ciclo político a menudo se parecen: el ascenso de los perfiles más fieles al líder, la marcha de los más tibios, mejor preparados o más listos (un minuto antes del naufragio) y el deterioro de los rasgos más sólidos, que se convierten en caricaturas. Es sin duda muy aventurado dar por muerto a Sánchez (solo hay que observar el campo de batalla de la última década), pero en la negociación de la investidura y el inicio de esta legislatura se ven algunos síntomas terminales. La pasmosa capacidad de Sánchez de encontrar vías de escape en las condiciones más adversas se ha convertido en una sucesión de concesiones y audacias legislativas (al estilo de las jugadas maestras del procés) para negociar primero una investidura y después intentar aprobar la ley de amnistía.

Siempre ha rodeado a Sánchez una sensación de tierra quemada, que lo que para él era un manual de supervivencia para otros (adversarios, pero también aliados, socios y compañeros) suponía la irrelevancia. Lo justificaba un bien superior (salvar al PSOE de la pinza PP-Podemos, desalojar a Mariano Rajoy de la Moncloa, formar un Gobierno de coalición progresista, guiar al país entre el coronavirus, la guerra en Europa y la hiperinflación...), y el resto lo hacía la habilidad política para tejer intereses y representar a cierta idea de España que no es la rancia que tanto ruido hace. Pero la amnistía y Junts pueden ser el último jalón.

Dos errores de Sánchez marcan el camino de la amnistía. El primero fue negociarla a cambio de una investidura y pensar que por el mismo precio lograría una legislatura, lo que supone equivocarse sobre qué es y para qué sirve Junts. El segundo fue confundirla con los indultos, lo que equivale a no calibrar de forma correcta la formidable oposición a la medida. Junts no es un partido político al uso con el que un Gobierno progresista español pueda negociar una legislatura, y contra la amnistía no se alza tan solo la fachosfera. El argumento que todo lo justifica (sin amnistía, no hay Gobierno progresista) cada vez es más endeble, porque crece una sospecha cada vez más desagradable: incluso con amnistía (que está por ver), no habrá un Gobierno progresista con Junts.

Las fases terminales en política a veces se asemejan a un túnel: convencidos de tener la razón, los líderes aceleran, redoblan la apuesta, por cada adversario que tumban nacen dos. La fachosfera es eso, un pasaje de The last of us: o te subes al coche a toda velocidad y te agarras como puedes o te caes y te conviertes en uno de ellos. Tuiteros, periodistas, medios de comunicación, jueces, maltratadores, exsocios, excompañeros de partido, fiscales... todos fachosfera. Ahora, también los críticos del Benidorm Fest. Como sucede con el terrorismo, cuando todo es fachosfera, nada lo es; y cuando crecen los adversarios buscados y elegidos para mantener la llama de la propaganda, los reales -que los hay, desde la oposición irresponsable, la extrema derecha, y la actitud de cierta parte del poder judicial que practica juegos muy peligrosos para la calidad democrática española- se refuerzan, porque cada vez son más.

Una de las consecuencias de las fases terminales políticas que se alargan mucho (y pueden ser muy largas) es que la peor tierra quemada, la que más cuesta regenerar, es la del espacio político derrocado. Porque cuando frena el coche, casi todo el mundo está en la otra esfera.

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