Hay más galleguistas que catalanistas

La extraña coalición de Puigdemont y Díaz Ayuso en defensa del nacionalismo logra que el 95 por ciento de encuestados por el CIS se proclamen al menos «tan españoles como gallegos»

La candidata del BNG a la Xunta, Ana Pontón.

La candidata del BNG a la Xunta, Ana Pontón. / Brais Lorenzo | EFE

Matías Vallés

Matías Vallés

Nadie en su sano juicio emplearía un sondeo preelectoral del CIS para analizar unas elecciones, pero hay preguntas que no puede distorsionar ni la creatividad de Tezanos. Por ejemplo, la extraña coalición de Puigdemont y Díaz Ayuso en defensa del nacionalismo ha propiciado que el 95 por ciento de encuestados se proclamen al menos «tan españoles como gallegos». Y uno de cada cuatro habitantes de Galicia alardean de galleguismo por encima o incluso al margen de su españolidad. La federación por encima de la nación.

La campaña electoral transcurre en medio de la desidia de la mitad de la población gallega, un distanciamiento que no desmerece el auge del Bloque Nacionalista Galego solo por detrás del PP. En todas las encuestas, el BNG supera a partidos arraigados en las nacionalidades más históricas. Hay más galleguistas que catalanistas, con una probable relación entre ambos marcadores. Terrorista o no, el independentismo catalán ha disparado la identificación con el propio territorio, por asimilación o por rechazo. Así ocurre por lo menos entre los ciudadanos concienciados políticamente, que son los comprometidos con unas elecciones.

Para verificar la teoría de la impregnación identitaria, el CIS debería plantear si «se siente usted más valenciano/gallego,... que antes del procés de 2017». No debe ser casualidad que Ana Pontón haga campaña para el BNG al grito de que no aceptará estar ni un milímetro por detrás de Cataluña o Euskadi. La exigencia suena independentista hasta que se recuerda la «cláusula Francisco Camps» del PP valenciano, que iba a reformar el Estatuto de dicha comunidad para igualarlo en competencias al catalán. Las regiones reclaman otro café para todos, pero cada vez a mayor distancia del centralismo o de una visión fraternal. La confederación por encima de la federación.

A pesar de las advertencias, los más temerarios insistirán en mirar de reojo las previsiones electorales del CIS en Galicia. De nuevo, se debe prescindir de la asignación tóxica de escaños, para atender a factores colaterales pero luminosos. Se observa así que casi la mitad de los gallegos valoran con un «bien» o «muy bien» la gestión de la Xunta. Con ese grado de satisfacción, que envidiarían la mayoría de gobiernos de cualquier ámbito, no es descabellado apostar por la continuidad del PP. Desde la cautela, todo lo que no sea una mayoría absoluta de los populares debe considerarse una sorpresa. O un chasco, como el resultado de las últimas generales sin ir más lejos.

El galleguismo contagiado desde el vórtice catalán es transversal, y no solo porque incluye claramente al PP entre los sospechosos de nacionalismo. De hecho, Galicia se ubica más a la derecha que la media estatal, y está orgullosa además de manifestarlo. También se siente más católica. No hay motivos para asombrarse, cuando se recuerda que el conservadurismo y la religiosidad son datos genéticos de la matriz de Junts, el partido que defiende las subvenciones a la educación segregada por sexos.

El matiz se localiza en la intensidad, los galleguismos o andalucismos rechazan el tremendismo, no necesitan mostrarse independentistas o estridentes a diferencia de los nacionalismos tradicionales de Euskadi y Cataluña. O de Vox Balears, el partido de la ultraderecha moderada que prescinde de Madrid para decapitar a sus dirigentes. La suavidad expresiva se ve recompensada por los votantes, todo el mundo recuerda el día en que se dio cuenta de que gritar más que el adversario implica perder el debate.

Como ejemplo galleguista, Ana Pontón es una de las políticas mejor valoradas de España con su 5,8. El tono de sus intervenciones en campaña demuestra la viabilidad de un modelo de carisma no populista ni redentorista. Su estrategia se basa en la confianza, antes que en la adhesión irracional. Con este bagaje ni bélico ni decibélico, que despreciarían los partidarios de la política estruendosa, la candidata del BNG ganaría por 49 a 42 en un mano a mano sin siglas interpuestas al presidente Alfonso Rueda.

Por fortuna para la derecha galleguista, Rueda está protegido por la fortaleza inexpugnable del PP. Si entre Sánchez y su candidato Gómez Besteiro cuesta decidir quién está ahora mismo más necesitado de cariño, el presidente que arriesga el Pazo de Raxoi no puede importar los valores estatales de su partido sin arriesgar su anclaje identitario. La peculiaridad anticentralista contribuye a explicar el cero gallego de Vox, cuando la ultraderecha ha penetrado en todas las regiones europeas sin distinción. Este resultado nulo implicaría en otro país la dimisión de Santiago Abascal, que ha convertido a su formación en un coto privado y atrofiado.

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