Escrito sin red

El germen de la discordia

Las alusiones del Rey a España, a su historia como nación, a su identidad, a su unidad, han sido criticadas por los independentistas y Sumar, acusando al Rey de encabezar la reacción del nacionalismo español ante los acuerdos del PSOE con todos ellos

El rey Felipe VI advierte de que fuera de la Constitución “no hay democracia, convivencia, ni paz”

El rey Felipe VI advierte de que fuera de la Constitución “no hay democracia, convivencia, ni paz” / EP

Ramón Aguiló

Ramón Aguiló

En su mensaje de Nochebuena el rey Felipe VI pidió evitar que el germen de la discordia se instale entre los españoles; es éste, añadió, un deber moral que tenemos todos. El mensaje se distanció del carácter de la ritualidad familiar con la que los enhebraba Juan Carlos I, en consonancia con el aparente consenso constitucional. Los desgarros con los que el terrorismo alteraba la paz eran excepción frente a la generalizada asunción de los mecanismos constitucionales por parte de las fuerzas políticas. Pero desde su proclamación como rey Felipe VI ha tenido que hacer frente al cuestionamiento de la monarquía ocasionado por la triste época final del reinado de su padre, que oscureció su brillante papel en la Transición para instalar la democracia y para situar a España en el concierto internacional. Pero no sólo ha pilotado un nuevo prestigio para la monarquía. Ha tenido que pronunciarse en 2017, en su discurso del 3 de octubre, reclamando la lealtad y el respeto a la C.E. ante las leyes de setiembre del mismo año y la proclamación de la república catalana del parlamento catalán, lo que le ha valido el encono del nacionalismo independentista, que se ha sumado al que sufrió su padre cuando visitó la Casa de Juntas de Gernika en febrero de 1981 por parte de una veintena de parlamentarios de Herri Batasuna, en el apogeo del terrorismo de ETA. Ha tenido que volver a hacerlo ahora, cuando el país se encuentra más polarizado que nunca y con la presentación en el Congreso de una ley de amnistía que está dividiendo a la sociedad española. Más allá de sus palabras, llenas de sentido, graves, enraizadas en la crisis del presente, el tono con el que las desgranaba revelaba la autenticidad y trascendencia con las que las pronunciaba.

De su importancia dan cumplido testimonio las reacciones del soberanismo vasco y catalán contra Felipe VI, especialmente las de Puigdemont, el prófugo de la Justicia que reside en Waterloo, el nuevo socio de Sánchez, con el que negociaba desde marzo previendo el resultado de las elecciones del 23J. Son palabras que no por repetidas son menos importantes: «si no se respeta la Constitución no hay democracia ni convivencia posibles, no hay libertades, ni ley, ni paz, sino imposición y arbitrariedad». ¿Cómo no recordar que en Cataluña no se respetan las sentencias del Tribunal Supremo sobre el mínimo del 25% de las clases en castellano? ¿Cómo no entender que la consideración de la amnistía como inconstitucional por el PSOE y Sánchez antes de las elecciones del 23J e impecablemente constitucional después para conseguir la investidura constituye una arbitrariedad? ¿Cómo no entender que supone un ataque contra el Estado de Derecho cuando el Congreso enmienda la plana a la Justicia y junto al Tribunal Constitucional se convierte en tercera cámara para corregir en beneficio de los intereses partidistas las sentencias judiciales? Las alusiones del Rey a España, a su historia como nación, a su identidad, a su unidad, han sido criticadas por los independentistas y Sumar, acusando al Rey de encabezar la reacción del nacionalismo español ante los acuerdos del PSOE con todos ellos. Hablar el Rey de la Nación española cuando todos ellos reivindican esta condición para sus territorios le sitúa en el centro de sus ataques. Pero el Rey no hace sino ajustarse a su deber de defender la C.E., que en su artículo 2º dice fundamentarse en la indisoluble unidad de la Nación española, patria común e indivisible de todos los españoles. Acabar con la monarquía es el paso previo para destruir el Estado y alcanzar una república plurinacional. A ese empeño dedica el nacionalismo independentista todos sus esfuerzos.

Cabe disentir de algunos aspectos del mensaje. Por ejemplo, cuando afirma Felipe VI que la C.E. construyó una democracia plena. ¿Es que la elección por los políticos de los jueces que han de juzgarles es asimilable a la separación de poderes de una democracia plena? ¿Es propio de una democracia plena tener que recurrir a la Comisión Europea como mediadora para negociar la formación del CGPJ? ¿Es que la formación del Tribunal Constitucional con exministros y cargos públicos de Moncloa es propio de un tribunal de garantías? ¿Es propio de una democracia plena designar como fiscal general del Estado a una exministra? Acaso, cuando Felipe VI alerta contra el germen de la discordia, para que no se instale entre los españoles, ¿no tendría sentido afirmar que el germen de la división está contenido en la propia C.E. cuando concede en su artículo 6º a los partidos políticos la condición de instrumento fundamental para la participación política y en el 68 señalando la provincia como circunscripción electoral y un sistema de representación proporcional que se concreta en la ley electoral como un sistema de listas cerradas y bloqueadas? ¿No es dar todo el poder de los ciudadanos a los partidos? ¿No es la renuncia expresa de ser democracia plena para ser un estado de partidos, una partitocracia? ¿Es que acaso la actual polarización política y el bibloquismo excluyente y divisor que nos pone en riesgo como sociedad no tiene relación con el sectarismo y el clientelismo de los partidos? Se comenzó con las listas bloqueadas y cerradas como necesidad nacional y temporal ante la presunta debilidad de los partidos. Una temporalidad que se ha convertido en intemporalidad donde los recursos de todos se destinan a sostener económicamente a los afiliados a partidos, sindicatos y patronales, unas élites extractivas que tienen sometido al Estado español y que jamás van a renunciar a sus privilegios, les va en ello su propia supervivencia.

El escritor Javier Cercas, tras votar a Sánchez fiado en que no habría amnistía, y manifestar en setiembre que no la habría, se ha caído del guindo y ha afirmado que «se ha intentado disfrazar de concordia el aumento exponencial de la discordia» y ha señalado la «disonancia cognitiva» entre los votantes del PSOE, él mismo, que consiste en «fingir que la realidad no es la que es y que no sabemos lo que sabemos». Si esa disonancia enraizó en un brillante profesional de la cultura y de su supuesto conocimiento de la realidad, cómo no entender que ese mismo trastorno cognitivo haya afectado a buena parte de los votantes del PSOE. El germen de la discordia reside en el poder de los partidos. Hasta aquí no llega Felipe VI. No arriesga tanto.

Suscríbete para seguir leyendo