El auge del insulto degrada la democracia

Editorial

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El insulto al estilo Ayuso - «Me gusta la fruta», como equivalente de «hija de puta»- que el regidor de Movilidad y Polígonos Industriales, Antonio Deudero, dirigió a la regidora de Més, Neus Truyol, en el último pleno de Palma no fue fruto de un calentón. La expresión fue premeditada, responde a una manera nefasta de entender la política que sublima la tensión y el enfrentamiento, frente a la enriquecedora confrontación de pareceres y la búsqueda de consensos para lograr el bien común. Más allá de la ofensa a la destinataria del improperio, que no recibió una auténtica disculpa, la acción tiene consecuencias en la convivencia como sociedad. La violencia verbal se ha instalado a conciencia en el debate de las ideas, fruto del éxito de la estrategia populista del discurso del odio, que viene de antiguo y que, pese a su derrota electoral, el trumpismo ha logrado revitalizar en el mundo presente. Poco o nada queda de la fina ironía o de la punzante pulla que engrandecía al orador y encogía al adversario sin necesidad de enfangarse en el barro más soez. Vivimos una auténtica epidemia de líderes que eligen el uso reiterado del insulto y la descalificación del rival como principal argumento de expresión. Su toxicidad se expande por las redes, que premian el impacto frente al pensamiento reflexivo. Tras todo este ruido, se esconde un objetivo perverso que degrada la democracia: no hablar de lo que hay que hablar. Truyol hacía una exposición sobre el eje cívico de Cotlluire, asunto que quedó totalmente opacado por la bronca. Días atrás le ocurrió lo mismo cuando debatía sobre el Plan General de Ordenación Urbana de Palma y el concejal responsable del área, Oscar Fidalgo, le rebatió con gruesas palabras, entrando en el terreno personal y con mentiras. «He visto que se ha renovado la ejecutiva de su partido y esta señora no está». Falso, sí forma parte.

La fijación y las maneras hacia la regidora ecosoberanista destilan además cierto desprecio de género que exige una certera reconducción por parte del alcalde Jaime Martínez. En esta trifulca, sorprende la reprimenda del vicepresidente del Govern, Antoni Costa, a su compañero de filas Deudero por su tono en el debate municipal, cuando él mismo ha tardado una semana, desde que este diario divulgó la noticia, en pedir perdón a las víctimas por haber fichado como gerente de una entidad pública a un amigo acusado de agresión sexual y de golpear a un policía. Que los representantes políticos utilicen el insulto o se disculpen tarde y mal cuando se equivocan de esta manera resulta poco edificante para la ciudadanía, que puede acabar normalizando esas prácticas en su vida cotidiana.