Tribuna

Atascos para el relax

J. Teresa de Ruz Massanet

J. Teresa de Ruz Massanet

Ojalá fuera real que mientras estoy en un atasco, los ángeles de Wim Wenders de su película ¡Tan lejos, tan cerca! (1993) escucharan mis pensamientos. Ángeles que con un abrigo negro se acercan hasta mi ventanilla y a la de otros, y ven nuestras caras absortas con los ojos perdidos en la turbulencia de nuestras ideas, angustias, deseos, y quién sabe qué más. A veces apoyan su mano en nuestros hombros, inclinando su cabeza hacia nosotros, hacia mí, y entonces: llega la calma.

Pero no, la poesía de un atasco queda para el cine. Cada día atravieso en coche un tramo de calle Aragón y de la Vía de Cintura dirección Andratx para ir a otros extremos de Palma. Trayectos que se acumulan por pares casi cada día y en horas punta, inviables para hacer en transporte público debido a la variedad del recorrido.

Llevo años, como muchos palmesanos y palmesanas, padeciendo estos males de ciudad, pero la evolución de mis sensaciones ha sido considerable desde entonces. La paulatina domesticación del atasco ha servido para calmar a «la no tan fiera». Y lo que antes era un retortijón de estómago con palpitaciones y bocinazos incluidos, al enfrentarme a un atasco con el consiguiente retraso en la entrada a los centros de todos mis pasajeros, incluida yo, se ha convertido en un «qué le voy a hacer» (sí, yo también nací en el Mediterráneo, como Serrat). Y es cierto, ya no puedo hacer nada más. Aprendí y me lo creí, al fin, que por más que te angusties o enfades, el atasco es un ser vivo que nos espera a veces a muchos, y la solución para vencer sus consecuencias pasa, por ejemplo, por madrugar mucho antes y evitar esas horas punta, cosa a la que me niego como una postura de ridícula rebelión absoluta y que me da igual que sea así. Otra solución es asumir que una vez atascados, se pueden compensar esos minutos perdidos, con un prudente acelerón al final, lo que suele ser la mayoría de las veces, o bien, puede que ese día, quizás, ni tan siquiera haya demasiada congestión. Y en el caso de que ya sepamos que llegamos tarde irremediablemente, aceptarlo, sabiendo que siempre cabe una justificación o explicación. No pasa nada.

Mientras tanto, disfruten del atasco y sus vistas. Observen las caras del resto de conductores y piensen en unos segundos en sus hipotéticas vidas, preocupaciones y alegrías. Seguramente sean parecidas a las suyas propias. Puede que hasta se sorprendan y alguna que otra conductora ya les esté observando a ustedes de la misma manera. Son encuentros de miradas fugaces, a veces sostenidas más de la cuenta porque se desea averiguar recíprocamente algo del otro que sea reconocible por nosotros, y al mismo tiempo, subyace el igual anhelo de ser reconocida, de algún modo.

En fin, filosofía entorno a un atasco. Todas esas reflexiones puede que les mantengan distraídos, y eso mismo les aporte el relax necesario durante ese rato. Eso sí, no pierdan de ojo al que entra por la bocacalle de la derecha y que se quiere colar como sea. No necesita que un ángel ‘wimwenderiano’ se le acerque para escuchar sus pensamientos; su desespero es palpable. Tendremos que pasar del rollo zen (atascado) a la guerra y a golpe de improperios y bocinazos. ¡Qué lástima!