Punto Malva

La eurodiputada y sus labores

Elena Fernández-Pello

Elena Fernández-Pello

La comisaria europea de Asuntos de Interior, Ylva Johansson, aprovecha las sesiones parlamentarias para hacer croché. Hace unos días, sin ir más lejos, fue grabada adelantando la labor durante el debate del Estado de la Unión Europea. Mientras la presidenta, Ursula von der Leyen, anunciaba una ofensiva contra la importación de coches eléctricos chinos y una ley contra la violencia sexual como la española, pero al revés -la europea será la del no es no-, Ylva contaba y repasaba puntos, moviendo ágilmente sus cuatro agujas y dando forma a un adorable calcetín de lana rosa.

La actitud vital de la eurodiputada sueca resulta envidiable y de lo más recomendable en estos preliminares del otoño, de inicio de cursos, escolares y laborales, también políticos, y de mucha y muy dura tarea por delante. Ylva no oculta su afición a la calceta. Quizá sea incluso una adicción. Presume de ella en sus redes sociales y tiene por costumbre agasajar a sus compañeros en la Eurocámara con los calcetines que teje sesión tras sesión.

Esta vez, cuando grabaron a Ylva metida en faena, Von der Leyen estaba informando del posicionamiento de la Unión Europea en el conflicto armado entre Rusia y Ucrania. Ella no perdió punto. Luego, la presidenta habló sobre emigración, de los peligros de la inteligencia artificial, de cómo planea reactivar la economía y reducir la inflación. Ylva parecía seguir el hilo de su discurso, lanzándole un vistazo de tanto en tanto por encima de sus gafas de cerca y retirando la mirada por unos instantes de las agujas.

Es de suponer que en algún momento de la intervención de su colega, Johansson se sintió inquieta y algo desocupada, y pensó que era buena idea aprovechar el tiempo avanzando en la labor que tenía pendiente. Quizá fuera porque pensó que aquello era una pérdida de tiempo y ya lo daba por visto, o quizá porque recurra al ganchillo como método de meditación, como quien colorea mandalas o cuenta respiraciones y expiraciones, respiraciones y expiraciones. Tal vez el ganchillo la tranquiliza. Tal y como asoma el futuro, urge buscar algún modo de mantener bien sujeta la atención en el presente, y esta parece una buena técnica.

Durante siglos, ¿quizás milenios?, las matronas hacendosas han entretenido sus manos haciendo ganchillo, tejiendo, bordando, cosiendo, zurciendo. Sin ir más lejos, Penélope, hilando y deshilando para no pensar de más en lo que andaría haciendo Ulises, que tanto tardaba en regresar a casa. Como ella, muchas, muchísimas mujeres, aprendieron a sujetar la mente y ocupar las manos con primorosas labores de costura. Quizá para no pensar más de la cuenta o tal vez para no ir repartiendo guantazos, que, con lo que a muchas les tocó lidiar, debía de ser lo que les pedía el cuerpo.

Ver a Ylva sentada en su escaño con las agujas en las manos, en una actitud tan doméstica, le da una cierta tranquilidad. Quizá Ylva se haya dejado llevar por el hastío. ¿Quién sabe? Son tantas las posibilidades. Pero ahí está, bien concentrada en lo que tiene entre manos a pesar de lo que tiene que escuchar.

Y no es la única, porque a muchos kilómetros, en México, Laura Esquivel, la autora de esa deliciosa fábula gastronómica que es Como agua para chocolate, también entretiene sus manos con el croché mientras cumple con sus obligaciones como diputada. Cuando hace años, cuando se incorporó al parlamento de su país, desde la oposición la recriminaron por ello. Ella respondió sin perder la compostura, colocando un cartel en su escaño antes de retomar la labor. En él escribió: «Recomponiendo el tejido social».

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