Pensamientos

Crónica negra

Felipe Armendáriz

Felipe Armendáriz

Cuarenta años trabajando de periodista de sucesos-tribunales dan para rato: para muchas desgracias, dramas, catástrofes y sufrimientos. El azar hizo que cuando debuté en la profesión me asignaran a la sección de crónica negra del Diario de Mallorca, un puesto que nadie quería.

Casi nada ha cambiado desde mis pinitos. Lo único que se ha modificado es la intensidad, la frecuencia de los accidentes, negligencias, crímenes y maldades.

Pronto aprendí que en el verano se acentuaba mi trabajo. La población flotante de visitantes conllevaba un incremento notable de las malas noticias. Mallorca pasaba de un invierno relativamente tranquilo (solo alterado por la epidemia de heroinómanos de los años 80 y 90), a un estío repleto de accidentes de tráfico, peleas, navajazos, ahogamientos, ruido, basura y suciedad. Luego, con el fin de la temporada, volvía un poco la calma.

Ahora el verano sigue siendo un escenario ideal para las desdichas. El problema es que el volumen del turismo se ha multiplicado exponencialmente. La mayor densidad humana hace que las probabilidades de que algo vaya mal, de que se malogren las vacaciones o se esfume la vida por una tontería, crezcan.

A esta lotería siniestra cabe unirse el elevado consumo de estupefacientes de todo tipo y de alcohol, una droga que aceptamos sin reparos y que asociamos a la fiesta. Muchos buscan la felicidad inmediata consumiendo substancias desinhibidoras, relajantes o estimuladoras.

El final de ese viaje suele ser, en ocasiones, la muerte, la violencia, las lesiones, los daños o el gamberrismo, individual o colectivo.

De mi paso por esta área informativa me han quedado secuelas. Sufro una alerta permanente. Veo peligros por todos los lados. Afortunadamente, parte de esa paranoia se me curó con el paso de los años. Menos mal.

Otro de los efectos es la enorme empatía que siento por las víctimas, aunque su mal haya sido fruto de negligencia, imprudencia o temeridad manifiesta: pagan un precio muy elevado.

Los mallorquines abonamos también una elevada tasa por la otra cara de destino idílico. Este diario se hacía eco hace unos días del basural en que se convierte cada amanecer la primera línea de playa de s’Arenal. La marcha loca, multitudinaria e incívica deja evidentes rastros. Los palmesanos no asistimos a la fiesta, pero costeamos la limpieza.

Puntos negros, como Magaluf, parecen haber mejorado respecto a estas disfunciones. Ya no hay tantos casos de balconing; las tanganas en Punta Ballena se han reducido. Pero el desparrame se está trasladando a otras zonas, como el Paseo Marítimo o la Playa de Palma.

Existe un amplio mercado de visitantes jóvenes y ansiosos de alcohol, otras drogas y música. Avispados empresarios se encargan de atender esta demanda mediante excursiones nocturnas en barco u otras rutas. Hay mucho dinero en juego.

Las autoridades tratan de frenar el turismo degradante y degradado. Más cuando pacifican un lugar, la lacra se muda a otro punto.

Otra de las novedades es que ahora se graba todo: lo bueno y lo malo. Las estupideces quedan inmortalizadas; la violencia y la maldad dan la vuelta al mundo. Así podemos asistir a escenas tan crueles como la del turista dormido en la playa al que le defecaron encima. Pura crónica negra.

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