Tribuna

«Un salto al vacío»

Jaume Pla Forteza

Jaume Pla Forteza

Parece mentira, pero aquí estamos. Tal cual el cambio de hora invernal, pretenden retrotraernos veinte años sin opción a recuperarlos con el cambio de estación. Una parte de nuestra sociedad asiste atónita a la negación de la realidad inconveniente que supone ser mujer. Aun con la suerte de no haber nacido en la cara mala del mundo, como cantaba Pau Donés Cirera en El lado oscuro, en nuestro país, ellas siguen en una posición a todas luces inferior a la de los hombres. Las cifras señalan a nuestro planeta como un escenario en el que las dadoras de vida son, básicamente y por resumir, «carne de cañón». Por ello, uno se cuestiona si combatir esa situación debe ser contraproducente, ya que vamos claramente a peor. La contienda semántica distorsiona pensamientos y confunde hasta el infinito. Hay que medir cada palabra y parece que la familia será el pesebre que albergue la violencia machista. En este punto tampoco sabemos —aunque nos lo imaginamos— qué modelo de familia será el, nunca mejor dicho, bendecido. Coetánea al opaco antifaz de género, se está desmantelando sistemática y paulatinamente la estructura oficial del tratamiento de la igualdad en general, y la de las mujeres en particular. En esa nueva dialéctica omisiva cada vez queda más lejos, junto al machista, el concepto específico de violencia sexual que, ciertamente, puede padecerse y encajarse intrafamiliarmente, pero también fuera de ese ámbito tan de moda.

Lo cierto es que las cifras oficiales de víctimas femeninas, por el solo hecho de serlo, son terribles. De las casi treinta mujeres asesinadas en España por sus parejas en lo que va de año, la vida de Ilham fue segada en presencia de su hijo de doce años, el segundo domingo de julio. Posteriormente, su pareja —el agresor— se suicidó. Ahora quedarán tres nuevos huérfanos menores. El suceso, acaecido en la localidad valenciana de Antella, fue objeto al día siguiente de repulsa institucional dividida. En las Corts Valencianes pudimos observar la mayoría de grupos políticos tras una pancarta que literalmente rezaba: «LES CORTS CONTRA LA VIOLÈNCIA MASCLISTA». La presidenta de la institución, presente en el acto de condena, mostró su discrepancia separándose del mensaje mayoritario. Al mismo tiempo que no alcanzo a entender su negación machista, me pregunto cuántos litros de sangre de mujer será necesario verter para que lleguen a cambiar de opinión. Tampoco comprendo el nivel de rentabilidad de esa postura ni cómo se es capaz de llegar a esa visión. Esa división escenificada genera un debate estéril y desenfocado que, a la larga, solo perjudica a las mujeres.

En estos días especialmente aciagos y sensibles, un amigo «que me quiere mal» me recomendó un vídeo accesible en YouTube titulado Un salto al vacío, espeluznante cortometraje basado en hechos reales, en el que se pone crudamente de manifiesto el apéndice vicario de la violencia de género. Se trata de veinticuatro desgarradores minutos que —desgraciadamente— no han presenciado demasiadas personas. El número de visualizaciones debe considerarse bajo. La película, publicada hace un año, narra la vivencia de una mujer maltratada por su pareja y entorno familiar, hasta llegar al suicidio del agresor, causando al unísono la muerte de su hija. Está inspirada en el terrible suceso, acaecido en un país caribeño en el año 2009. No sé el interés que pueda tener, por qué el sonido, el compás y el cese de los latidos del corazón son los mismos en todos los continentes, pero recordaré que el asesino de Antella era español y la víctima marroquí.

La frase final de la película, antes que la madre sea confortada en una terapia por el grupo de duelo, es la siguiente: «Me di cuenta de que yo le creía porque no tenía suficiente amor propio…, pero el precio que tuve que pagar fue demasiado alto. Y hoy, por eso, les digo a ustedes que no esperen a que sea tan tarde para actuar».