A vueltas con Cultura

Antonio Papell

Antonio Papell

El aspirante Núñez Feijóo anunció tras convocarse las elecciones del próximo día 23 que, si ganase, eliminaría varios ministerios, entre ellos el de Cultura. Es sabido que el ahorro que se consigue con estos gestos es ínfimo ya que un ministerio es, antes que cualquier otra cosa, una estructura administrativa, que permanece sea cual sea el rango de quien está a su frente, pero la selección de ministerios afectados por la pretendida austeridad de Feijóo es reveladora de sus preferencias: «cultura» es prescindible. Después, Feijóo conoció al exministro socialista César Antonio Molina, réprobo de la izquierda, y al parecer ha cambiado de idea, y Cultura subsistirá. Pero tras las elecciones municipales y autonómicas, la Cultura –como administración- se ha convertido en moneda de cambio en las negociaciones con Vox: el PP cede gustosamente la consejería o la concejalía de Cultura a la extrema derecha, como quien descarta las «marías» del cómputo universitario. De hecho, todos los medios han recogido las censuras ya practicadas por Vox en el cine y el teatro, con el pudoroso criterio de evitar a toda costa un mal ejemplo, una escena procaz, una manifestación cualquiera de disolvente progresismo. En muchos casos, los elementos ultra que han tomado tales decisiones han pretextado motivos económicos, pero en estos tiempos ya nadie cree en las casualidades ni en los milagros.

Los pactos ya firmados entre PP y Vox son vaporosos porque el PP intenta comprometerse lo menos posible con una ideología trasnochada y reaccionaria como la del partido de Abascal, pero rezuman un conmovedor integrismo antiguo que quienes tenemos por desgracia suficiente edad identificamos en el acto con el franquismo. La censura franquista era inicua pero sobre todo molestaba por estúpida. Y aquí vamos por ese camino: Vox ya sabe que no conseguirá alterar el firme camino intelectual de este país hacia la modernidad, pero quiere hacerse notar en los cines de verano y en los teatrillos de aldea.

En un país cuajado de nacionalismos periféricos, el engrudo común es la cultura, interpretada con generosidad y amplitud de miras. Picasso y Lorca, tan andaluces, son parte medular de toda la españolidad. Y nadie mejor que los catalanes ha sabido gestionar el negocio editorial en español. Por eso precisamente es necesario potenciar la cultura, no interviniéndola sino impulsándola y protegiéndola.

Como es sabido, la institución del Ministerio de Cultura nació en Francia, de la mano del general De Gaulle y a impulsos de André Malraux, el gran intelectual comprometido que combatió con los republicanos en la Guerra Civil española, que luchó en Indochina, que escribió La condición humana, que mandó una brigada de la resistencia en la Francia ocupada… y que fue ministro de Cultura entre 1958 y 1969, años de gran esplendor en la cultura francesa. Malraux salió al paso de la agresividad del cine de Hollywood en la posguerra mundial, que intentaba aplastar la producción europea, y estableció un tributo a la exhibición en salas para financiar el cine francés. Además, puso los medios para que todo municipio de más de 5.000 habitantes tuviera al menos un cine. El Ministerio de Cultura ha hecho de Francia un ente vertebrado orgulloso de su cultura. Otro gran ministro francés de Cultura, este nombrado por Mitterand, Jack Lang, ideó el concepto de «excepción cultural», por el cual la cultura es la excepción a las leyes de mercado, y no es posible que los acuerdos comunitarios impongan límites o directrices a la autodeterminación cultural del país…

En España, tenemos afortunadamente un patrimonio cultural inmenso, comparable al francés o al italiano, y una creatividad puntera que nos sitúa en todos sentidos en las vanguardias mundiales. Es, pues, preciso que el Estado y las administraciones potencien este acervo y estas capacidades, que hacen de nuestro país lo que es y que nos vinculan a todos estrechamente con nosotros mismos. El Ministerio de Cultura no debería ser, por tanto, opcional, ni habría de estar al albur de las alternancias, ni –por supuesto- debería permitir cualquier forma de discriminación o de censura. Porque el Partido Popular no puede desentenderse de lo que pacta con Vox: suya será también la responsabilidad de que los energúmenos negacionistas, machistas y/o xenófobos que ofrecen el rostro de Vox pongan arbitrariamente fronteras de cualquier tipo a la cultura.

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