PENSAMIENTOS

El titular del contrato

Felipe Armendáriz

Felipe Armendáriz

Ya casi nadie nos llama al teléfono fijo. En ese casi se incluyen las abuelas, benditas abuelas, y los comerciales de toda índole.

El pasado mes de abril se cumplieron 40 años de la invención del teléfono móvil. El descubrimiento fue obra del ingeniero de Motorola Martin Cooper. El primer prototipo pesaba 1,1 kilos. Casi nada.

Durante décadas solo existían fijos. Cuesta imaginar cómo salíamos adelante con un sistema tan limitado y anticuado.

En cada casa había un aparato, situado en la sala de estar o en el pasillo. Las economías más pudientes disfrutaban de supletorios, que se instalaban en dormitorios y despachos. Lo habitual, no obstante, era un artilugio por hogar. Si llamabas a tus amigos o amigas era frecuente que descolgaran otros familiares. No pasaba nada: saludabas, preguntabas que cómo estaban y se ponía tu colega.

Más difícil era hablar con el novio o la novia. La abuela, o la tía soltera, siempre estaban en el salón, oyendo en la radio a la señorita Elena Francis. Estaban al quite de las conversaciones. Había poca intimidad, más, quizás, teníamos poco que ocultar.

Eran otros tiempos. Las familias eran más extensas. El vecindario, más cercano. Parece que el mundo giraba más despacio.

Fue el 13 de marzo de 1983 cuando también Motorola presentó el primer celular, el primer móvil que se podía sujetar con una sola mano. Unos de los pioneros en disfrutar de la nueva tecnología fueron los guardias civiles de la Policía Judicial. Sin embargo, sus terminales eran increíblemente aparatosos, pesados y poco funcionales. Parecían diseñados para una campaña bélica.

Al principio solo los muy pudientes se pasaron a los móviles. Eran un claro signo de ostentación. Llamaban mucho la atención.

Tengo en mente la imagen del abogado José Emilio Rodríguez Menéndez, que en esa época captó algunos complicados clientes en Palma, a los que prometió cosas que no pudo cumplir. Un día el defensor de El Dioni nos dejó boquiabiertos: se puso a hablar, a gritos, en el patio de la Audiencia, en un receso de una vista oral. No sabíamos quién estaba al otro lado, pero aquello era pura magia.

Los precios bajaron. En unos años muchos se unieron a la novedad. Al principio había problemas de cobertura. Proliferaban las tarjetas de prepago. Se te acababa el saldo, ibas y recargabas.

Luego, en 1994, IBM lanzó el primer ‘smartphone’. Aquello sí fue una revolución, de la que en otra ocasión hablaremos.

Hoy hasta los niños de primaria disponen de potentes ordenadores en su bolsillo. Por un precio irrisorio disponemos de acceso a un universo digital lleno de maravillas, golosinas y peligros.

Suena el fijo. Descuelgas. No es tu madre. Oyes unos ruidos raros. Piensas en colgar. Esperas. Sale una voz de mujer. Se presenta. No le entiendes. Solo captas que pregunta por el titular del contrato de la luz. No te interesa en absoluto. Sientes lástima de la teleoperadora, una enorme piedad. Le dices, amablemente, que no deseas cambiar de compañía. Que andas ocupado. Cortas la llamada. Al otro lado aciertas a oír la protesta, la súplica de una persona que se gana el pan importunando a la gente. Piensas en lo dura que es la vida.

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