No se puede protestar
A los días de reivindicación se le suma siempre un coro que recuerda a quien no se está defendiendo. No hay Día del Trabajador sin que se oiga, pero ¿y de los autónomos o de los pequeños empresarios quién se acuerda?, porque son los que aumentan la riqueza nacional, crean los puestos de trabajo y no todo son multinacionales. Este es el tópico número uno, que olvida que los trabajadores aportan con su fuerza productiva aplicada a los medios de producción, en manos de otros, el impulso necesario para cerrar la cadena del producto. Que, sin mano de obra, aunque cada vez haya menos obra, tampoco habría riqueza y que tendrán derecho a reivindicar mejoras laborales igual que los empresarios demandan medidas a las administraciones públicas para facilitar el emprendimiento. Son actores que convergen y están intrínsecamente imbricados, pero con intereses bien distintos. Es lo mismo que cuando se acerca el 8 de marzo y el coro omnipresente se duele de para cuándo un día del hombre, que llegaremos a no poder celebrar ni esos días señalados, algunos más comercialmente que por tradición, como el Día de la Madre, en un coup de force con el del padre. A ver a quién quieres más.
Los mismos que abominan del marxismo establecen todo en una pelea de contrarios, pero esperando que una de las partes se mantenga apaciguadamente sin montar ruido, sin quejarse, sobre todo sin organizarse, agradecida por lo ofrecido porque peor se está en el paro. Pablo Iglesias, el que se ha retirado de la política, pero anticipa en sus foros públicos lo que va a tramitarse en el Consejo de Ministros, defendía el otro día que el origen de la democracia está en el conflicto, yo iría más allá, el origen de la sociedad organizada bajo cualquier régimen está en el conflicto, y en la necesidad de regularlo. Los derechos no se ganan solos, nadie te los otorga graciosamente. No se consiguió el derecho al voto sin movilización, no tuvimos jornadas laborales de ocho horas y se abolió el trabajo infantil en las sociedades desarrolladas sin mostrar el más mínimo gesto de repulsa.
Los movimientos que reivindicaban la igualdad de derechos cívicos como la desobediencia de Rosa Parks no cediendo su asiento a un blanco en el autobús nos parecen ahora valientes y justificados, mientras que algunas de las luchas por un reparto mínimamente equitativo del crecimiento económico molestan a los detentadores del capital. Queda una revolución tecnológica por venir, una competencia feroz por otros mercados donde los derechos están menos regulados, queda una generación a la que se le contó que solos podrían y la historia enseña que siempre es necesario ir acompañados.
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