El jueves cinco de mayo, la ministra de Política Territorial y portavoz del Gobierno, Isabel Rodríguez García, relacionado con la creación de empleo en nuestra comunidad, manifestó en el Consolat de la Mar: «Balears es hoy la locomotora que impulsa el crecimiento de España, la creación de empleo y el despliegue de los fondos de recuperación».

La grandilocuencia de la primera parte de la frase impone.

Dos días después, la presidenta Armengol, en calidad de secretaria general del PSIB, ante el Consell Polític del partido incidió en la calificación ministerial.

En ese mismo marco, entre otros mensajes recogidos por la Cadena Ser, sobre las plazas turísticas manifestó: «hay que hacerlas sostenibles para poder seguir viviendo de este sector y que las futuras generaciones puedan hacerlo también, con puestos de trabajo de calidad».

En su locución, enfatizó: «som els millors d’Espanya (…) som sa locomotora d’Espanya (…) això no és gratuït, això no ve caigut del cel (...)».

Al día siguiente de las declaraciones de la secretaria general, los medios, sin aludirla, dieron alguna pista de ese empuje ferroviario. Diario de Mallorca, en concreto, abrió su edición digital dominical con el titular: «Desmadre en Santa Catalina: Los vecinos empiezan a colgar el cartel de ‘se vende’». Miguel Vicens en su artículo: Concesiones para seguir igual, opinó sobre macrogeneradores flotantes de residuos.

Al mencionar la dirigente política que, nuestra bonanza no viene caída del cielo, tiene —solo— parte de razón. Sin sol caído del cielo, probablemente las cifras —excepto las del desempleo— disminuirían notablemente. Sí, acierta, cuando de este cielo —de momento— tampoco caen misiles como en Ucrania. Ese escenario es clave para que suban las cifras generales, y ahora sí, bajen las del desempleo.

Da la impresión que, más que de nuestro esfuerzo colectivo, dependemos de un fluctuante tejido productivo que no controlamos.

Utilizando hasta la saciedad el comodín solar, nos lo jugamos casi todo a la carta de la incertidumbre. Aquella que, depende de factores de contingencia externos representados, entre otros, por la inestabilidad de terceros países, como exponente económico del yin y del yang.

Tras pagar el billete y ya montados en el tren, vemos que la locomotora va como un tiro. Aquí me represento a nuestros visitantes hacinados en una fila de interminables vagones «indios», disfrutando de los placeres de nuestra tierra. Habitáculos encarrilados, arrastrados por esa cabeza tractora de envidia nacional. En sus ruedas metálicas visualizo a todo el sector servicios e intuyo la fragilidad del mañana.

El ferrocarril se esfuerza en añadir más y más vagones al convoy balear. Si la vía férrea resulta insuficiente, sin problema, se apilan unos sobre otros.

Las barras metálicas paralelas sobre las que circula la locomotora de España, chirrían con su peso, y su acero se desgasta cada vez más. Los raíles y las traviesas, —«residentes y territorio» en acepción balear—, soportan cada vez más su pesada carga.

La contaminación de esa desasosegante locomotora exhaladora de los gases de la combustión del carbón, aparece representada por la masificación y el temor a que el verbo exprimir —nuestra tierra— haga que, cada día sea más agobiante vivir en ella.

Aunque no será París, siempre nos quedará algún rincón —cercado— sin ningún valor natural, cultural, artístico, gastronómico, paisajístico o patrimonial, en el que podamos —hasta que construyan un apeadero— refugiarnos. El convoy aún no ha descarrilado.