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Joaquín Rábago

360 grados

Joaquín Rábago

Coronavirus y control ciudadano

No tiene sentido que le obliguen a uno a llevar mascarilla en todo momento cuando vemos que el peligro está ahora en el "ocio nocturno"

Saqué el otro día dos billetes de tren para viajar de Málaga a Cádiz -por cierto se tarda en ese trayecto entre dos provincias vecinas la mitad que entre Málaga y Madrid por culpa de la red ferroviaria radial que soporta la periferia- y me pidieron mis datos personales. En la taquilla de la estación que lleva el nombre de la filósofa malagueña María Zambrano, la gran intelectual republicana que, como tantos otros, hubo de exiliarse tras el triunfo del franquismo , tuve que enseñar, antes de que expidieran los billetes, mi carnet de identidad y el de mi acompañante, además de mi número de teléfono.

Me dijeron que era para poder avisarme en el caso de que se produjese algún contagio por el Covid-19, pero esa misma mañana había escuchado por radio que el rastreo de los casos está siendo entre nosotros un fracaso. Faltan rastreadores y se borran datos de algunas comunidades para que disimular esas carencias. Tal vez ahora, por culpa de la pandemia, estén justificadas ese tipo de medidas. Antes fue por el terrorismo, pero ahí seguimos: en los hoteles donde te alojas no te piden sólo a ti el carnet, sino que obligan a identificarse también a tu pareja.

No llegan a ese extremo en otros países europeos como Alemania o Francia -basta con que una sola persona deje el carnet de identidad o la tarjeta de crédito- pero aquí la policía tiene que conocer al parecer cada uno de tus movimientos. Aquí siempre hemos estado vigilados. ¿Se acuerdan por cierto los más viejos de los serenos de la época franquista, aquellos personajes, en su mayoría asturianos, armados con un chuzo, que llevaban un manojo con las llaves de los portales de toda una calle para abrirle al vecino si llegaba a altas horas de la noche y cuidar de paso que se respetase la moral católica impuesta por el régimen?

Con la llegada de la democracia desaparecieron por fortuna los serenos, a los que había que llamar dando palmadas.. España ha sido siempre un país ruidoso. Gracias a la tecnología hemos avanzado, sin embargo, desde entonces, pero persiste la tentación entre los gobernantes de tenernos a los ciudadanos controlados en todo momento. Repito que encuentro algunas de esas medidas justificadas por la pandemia, pero de qué sirven si, como leemos diariamente, cuando se produce un rebrote, el número de rastreadores resulta insuficiente y por tanto, en buena medida, ineficaz el seguimiento de los contagios.

No tiene sentido que le obliguen a uno a llevar mascarilla por la calle en todo momento, incluso en la playa, pese a poder mantener la distancia de seguridad cuando vemos que el peligro está ahora sobre todo en los botellones y eso que llaman "el ocio nocturno". Leemos que una discoteca cordobesa ha doblado los casos de contagio en un solo día y se ha convertido en el mayor foco de toda Andalucía. En Madrid y otras ciudades vuelven a proliferar los botellones como si fueran tiempos normales mientras en Cataluña, donde la situación es más grave, se amplían incluso las restricciones al movimiento de los ciudadanos.

Y uno se pregunta, a la vista de todo ello, por qué se deja que abran esos locales de ocio nocturno por mucho que presionen los empresarios del sector. ¿O es que se trata también de esos que llaman "actividades esenciales"? Es natural que los jóvenes se sientan inmunes al coronavirus cuando, en la mayoría de los casos, las personas afectadas son ancianas o no presentan síntomas, pero es urgente, a la vista de lo que sucede, una campaña para concienciar a una generación, por otro lado, muy poco acostumbrada al sacrificio personal.

Una generación en la que abundan, por lo que vemos, el egoísmo y la irresponsabilidad, actitudes fomentadas -conviene señalarlo- por un modelo de sociedad en el que priman el consumo desaforado y el goce inmediato sin que parezca importar demasiado el futuro del planeta. Estamos jugando con fuego.

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