En general el debate a 5 del lunes no fue un mal debate. Aunque Sánchez haya sido el que ha mostrado más aplomo (el fuego real de Moncloa imprime carácter) y Rivera el que menos, todos tenían sus razones y las dijeron bien, de corrido y sin tropiezos. El problema es el sonido, en sentido propio: cerrando la mente a los argumentos, las voces suenan igual, con un tono monocorde, acelerado, incesante, sin inflexiones. La oratoria, arte en el que cuentan mucho la entonación, las pausas, los énfasis, siempre unidos a la mirada y el gesto, ha desaparecido del mapa. Ahora es otra cosa: una sucesión de mensajes a ritmo de ametralladora y marcados por la minutación. Busco paralelos en esa tendencia: la comida rápida, los noticiarios, la música de las cadenas, la acción sin respiro en las películas de acción de hoy, el tono de voz de las llamadas de un operador para que cambiemos de compañía.
