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Antonio Tarabini

Crónicas estivales (III)

Antonio Tarabini

El quejío de Son Gotleu

El año 1972 se representó, en una iglesia de Son Gotleu, un espectáculo flamenco titulado Quejío, cuyo autor y protagonista era Salvador Tavora. Soy consciente que, al menos de pronto, tal historieta incluida en estas "Crónicas estivales" no tiene por qué interesarles. Déjenme, por lo menos, intentarlo.

Salvador Tavora nació en Sevilla en 1930. Estaba abocado a ser uno más de los obreros anónimos que afrontaban el futuro sin esperanza. Trabajó como soldador a partir de los 14 años hasta que entendió, como tantos entonces, que la única salida estaba en el mundo de los toros. Bajo el nombre artístico de "Gitanillo de Sevilla" comienza a matar reses en el matadero municipal y en el cortijo de la Gota de Leche, donde le sueltan vacas, algunas veces sí y otras no. Ese mundo de maletillas lo comparte con otros chiquillos que también aspiran a triunfar con un traje de luces, hasta que uno de ellos le confiesa entre lágrimas que no puede volver más a ese lugar porque su padre está enterrado en esos terrenos junto a otros fusilados de la Guerra Civil. Era uno de los hijos de Blas Infante y aquel testimonio quizá fuera el primer aldabonazo para su compromiso social con Andalucía. El segundo golpe que le lleva a la escena aparece precisamente en la plaza de toros de Palma con la muerte del rejoneador Salvador Guardiola en 1960, que tras caer del caballo yace en el ruedo con los brazos en cruz. Gitanillo de Triana, Salvador Tavora, tuvo que acabar con el toro; pero aquella muerte en escena, aquella tragedia sin trampa ni cartón, le alejaría para siempre de los ruedos como torero, aunque la tauromaquia haya sido uno de sus temas recurrentes.

Regresa al flamenco, pero no a los festivales flamencos de la dictadura, que solo mostraban la parte alegre un paraíso llamado Andalucía y que escondía el sufrir de todo un pueblo. Lo hace en su barrio, en el polígono Hytasa de Sevilla. Un lugar donde poder plantar cara a la incertidumbre, a la sombra de la pobreza, a las desigualdades y sobre todo al olvido del compromiso cultural de Andalucía. A finales de los 60, el crítico teatral, José Monleón, contacta con Tavora y de aquí surge los albores de Quejío, un espectáculo que iba en contra del orden establecido, la censura, pero que la superó porque por aquel entonces este tipo de actuaciones se consideraban "superficiales". Los censores dieron por hecho que era un mero entretenimiento de turistas y pasaron por alto un espectáculo rompedor que reflejaba la realidad del campesinado con un lenguaje singular.

Al teatro llegó a finales de los sesenta, cuando el crítico José Monleón le propuso unirse al grupo Teatro Estudio Lebrijano. Crea Quejío y participa con sus cantes, en Oratorio, en el Festival de Teatro de Nancy en abril de 1971, que fue su lanzadera internacional. Cuando volvió, contagiado del ambiente que había respirado en Francia, elige El Cerro del Águila para representar su Quejío. Entonces fue cuando conocí a Salvador Tavora a través de un amigo común del PSA. Una larga e inolvidable noche de cante, vino y palabra.

En 1972 me entero que se va a representar Quejío en el Auditòrium de Palma. A través de Rafael Ferragut consigo el hotel donde reside Tavora. Lo visité junto con unos amigos. Como es normal yo me acordaba más y mejor de él, que él de mí. Estaba entusiasmado con su Quejío, pero dolido porque la censura le había aplicado las tijeras por "utilizar el flamenco para soliviantar a las masas" (?). En un ataque de atrevimiento no reflexionado, le proponemos representar la obra completa en Son Gotleu, una barriada habitada por inmigrantes procedentes de Andalucía y con un activo movimiento vecinal. El sí de Tavora fue inmediato. Pero necesitábamos un local "protegido". Ni cortos ni perezosos visitamos al obispo Teodoro Úbeda, un hombre que siempre estuvo comprensivo y cercano a las causas justas. Le propusimos representar Quejío en la Iglesia de Mater Misericordia de Son Gotleu. donde una buena parte de su población era de origen andaluz. Comprendió la "coyuntura". Tavora, bailaores y tramoyistas, ni cortos ni perezosos emprendieron el complejo montaje con la ayuda (?) de nuestra mano de obra y de dos camiones de una conocida empresa constructora.

La Iglesia se llenó de gom a gom. En el exterior era notoria la presencia uniformada de la policia, y en el interior de "paisano"". Ciudadanos y ciudadanas de todas las edades y condición coreábamos "¡Libertad, libertad". Al terminar la representación nos dió un fuerte abrazo y unas hermosas palabras: "A partir de ahora mi 'quejío', el 'quejío' de Andalucía, también será el 'quejío' de Son Gotleu". Salvador Tavora murió el pasado 8 de febrero a sus 88 años.

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