Manos manchadas de sangre frente a manos blancas. Encuestas manipuladas o inútiles. Policía política y antipatriótica que espía a partidos legales por encargo de responsables públicos. Competición entre los partidos de la derecha para demostrar a quién le apasiona más la sangre de las corridas de toros. Líneas rojas para futuros pactos que son falsas o abocarán al país a la ingobernabilidad. Programas que mienten a los electores más de lo que escriben... La campaña electoral acaba de empezar y ya ha hartado a buena parte de los españoles por los excesos verbales, la palabrería hueca y los fichajes de oro que son chatarra de desguace.

El quinteto formado por Pedro Sánchez, Pablo Casado, Albert Rivera, Pablo Iglesias y Santiago Abascal se propone agotar la paciencia de los españoles hasta el 26 de mayo. O más allá si nos vemos enredados en un largo periodo de negociaciones para formar un nuevo gobierno.

En medio del tedio que provocan los partidos políticos metidos en la liza electoral, es un alivio refugiarse en los oasis que cultivan personas excepcionales, hombres y mujeres que superan dificultades ante las que la mayoría de los seres humanos nos rendiríamos. Encontré uno de esos ejemplos el domingo pasado con la lectura de la entrevista que publicaba Lourdes Durán en Diario de Mallorca.

Conocí el restaurante Sumaq hace unos meses gracias a una invitación de Javier Mato. Fue una experiencia gastronómica que desató pasiones sensoriales novedosas. Me sorprendió la riqueza de la cocina peruana. Sus ceviches, sus especias, sus sabores cítricos, su chocolate... Alguien contó brevemente la historia de la cocinera. Una familia mallorquina lamentaba la pésima calidad de la comida en un hotel de Cuzco, entró en una tasca en la que una cocinera preparó un plato exquisito, tres meses después le remitieron una oferta de trabajo desde su restaurante de Lloret.

Entonces no puse nombre ni cara a esta mujer. Desde el domingo sé que se llama Irene Gutiérrez Huamaní y que su historia es un ejemplo de lucha y superación.

Hija de una viuda pobre, pasó hambre cuando era una niña. Fue entregada a un matrimonio con la esperanza de darle una vida mejor. Solo recibió palizas y desprecio. Con 14 años escapó de este infierno. Trabajó de lo que pudo hasta que alguien descubrió que tenía un don para los fogones. Estudió y abrió una sandwichería en la que conoció a la pareja mallorquina que disfrutó con su cocina y le remitió una oferta de trabajo. Abrió hasta tres restaurantes, pero ha tenido que replegarse porque una enfermedad autoinmune crónica le produce fuertes dolores.

"He hecho de la dureza de mi vida escuela", asegura Irene Gutiérrez, que en la foto que ilustra la entrevista muestra una sonrisa franca y unos ojos cálidos. Nadie diría que arrastra una vida plagada de dificultades y un presente con dolores que solo se soportan con voluntad de hierro.

El contraste con las miserias de los políticos en campaña resulta abismal. Viven vidas alejadas de las de los ciudadanos. Historias de emigrantes, de inmigrantes y de ciudadanos que nacen, viven y mueren en su mismo país. Vivencias que no llegan al palacio de la Moncloa. Ni a quienes han hecho carrera, y hasta máster, instalados en una sede de partido. Ni a los que se refugian en chalés de pésimo gusto en Galapagar. Ni a los políticos de laboratorio. Ni a quienes montados a caballo miran al frente, pero no debajo de las patas del equino.

Decenas de asesores repasan documentos, gráficos y teorías de comunicación para que los políticos que les pagan ganen las elecciones. Ninguno de ellos mira a los ojos de la gente.