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Marga Vives

POR CUENTA PROPIA

Marga Vives

Medias tintas

En realidad, no existe nadie que consiga ser apolítico. Aunque flirteemos con esa posibilidad, acaba por vencernos la convicción de que las cosas pueden ser de otra manera, y así es como terminamos por opinar en los asuntos públicos, en la medida en la que se nos permite, ya sea directamente o en la intimidad. No podemos ser indiferentes al destino de nuestros impuestos, al tipo de generación que se cuece en la escuela pública, al tiempo de espera en los hospitales o la calidad del servicio sanitario, por ejemplo. Y todas esas cosas vienen determinadas porque alguien decide qué es lo adecuado, pero no tenemos por qué estar de acuerdo con esa decisión. Por eso cada cierto tiempo se nos permite influir, aunque cada vez creamos menos en el poder que ejercemos con un voto. Puede que la razón sea que estamos de vuelta, decepcionados, desorientados con lo que la política puede hacer por nosotros. Motivos no faltan.

En 2015 Més per Mallorca dio la sorpresa con casi 60.000 votos en las elecciones autonómicas. El pasado fin de semana se cerró el proceso de confección de las listas para 2019, en el que ha participado poco más de la mitad del censo de simpatizantes. Desconozco si de puertas adentro en el partido han reflexionado sobre la perspectiva que eso abre de cara al momento decisivo de los comicios, pero no hay duda de que para un partido que venía a ponerse el mundo por montera hace tres años y que llegó a soñar con tener un diputado en el Congreso, el balance de estas primarias tiene que ser, como mínimo, frustrante.

Mayo va recortando distancias en el calendario, y la radicalización del escenario a la derecha, con la insistencia de formaciones como Ciudadanos o Vox en recortar conquistas al progreso, acentúa una cierta orfandad de las opciones que contrapone la izquierda para hacer frente a esta ola de populismo, ante la que son necesarios mensajes más claros, además de respuestas contundentes y gestos sólidos. Pero incluso en una opción prometedora como la que fue Podemos, se han permitido entrar a lo largo del tiempo transcurrido en disquisiciones sobre quiénes pilotan la nave y quiénes se quedan fuera, y esto ha restado argumento.

El sábado los socialistas reunieron a su Comité Federal de una forma un tanto atípica, sin informes políticos ni debates internos, salvo el mitin final de Pedro Sánchez sobre las intenciones de su Gobierno. Fue un acto para visibilizar a los candidatos autonómicos, entre ellos la presidenta balear, Francina Armengol. Siento curiosidad por conocer cómo rentabilizará el PSOE su acción ejecutiva de esta legislatura en las Islas, cómo disociará sus propios logros en el contexto de un pacto, si su objetivo es ir a por la mayoría suficiente para repetir, pero en solitario.

Muy probablemente, si nada lo remedia, quedarán de nuevo por el camino el pacto por la educación, la transición a otro modelo turístico que deje atrás fórmulas que atraen los saraos de borrachera y "balconing", o medidas para contener la especulación inmobiliaria.

Hay otra cosa casi peor que la mentira, y es la tibieza, las medias tintas, que nos impiden formarnos una idea de lo que nos concierne, de aquello que podemos esperar de otros. Por eso el reto ahora de quiénes realmente deseen trascender en la próxima cita electoral será poner en letras muy claras cómo piensan resolver aquello que más nos sigue inquietando a todos, a pesar de los avances, de la recuperación de la economía, y es cómo revertir el regreso a unos vicios que reventaron el sistema y lo hicieron inviable e insolidario. Según publicó El País el domingo, el 80% de los españoles prevé otra crisis dentro de 5 años. La expectativa puede o no cumplirse pero el hecho de que la mayoría de la población viva con el cuerpo encogido por ese presagio es un síntoma que los partidos han de tener en cuenta, ahora que están a tiempo de hacerlo.

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