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La trituradora de Bansky

El arte no se destruye, solamente se transforma. Eso ocurrió con la obra supuestamente destruida de Bansky en Sotheby´s. Tras ser adjudicada a un comprador por más de un millón de euros, alguien puso en marcha el mecanismo triturador que estaba oculto en el marco de la obra, ante la sorpresa y el escándalo de los allí presentes. La obra, una vez destruida, ha multiplicado su valor. Hace ya mucho tiempo que el arte no se limita a la producción de una obra. El arte también puede actuar en contra de sí mismo y salir ganando. La niña sujetando un globo, título de la obra en cuestión, no estaba completa sin esa máquina que acabaría triturándola, pero nunca destruyéndola. En fin, la consabida paradoja que consiste en que la creación y la destrucción compartan piso y gastos. O, más aun, sean la cara y la cruz de una misma moneda. La ruina como obra de arte.

Hegel ya anunció la muerte del arte, pero no contaba con el posterior cinismo y sarcasmo que vino luego. La broma también forma parte del arte. Bansky, por lo visto, esperó a que su ya célebre obra fuese pasto de subasta para activar la trituradora que, insisto, no destruye sino que transforma y, además, duplica su valor en el mercado. En cualquier caso, el acto de la subasta londinense tuvo su componente de performance. Una manera de desacralizar el arte es simular su destrucción. El arte es iconoclasta de sí mismo.

Tras años y años de cansancio y melancolía, nos queda la broma, la gamberrada, el autosabotaje. En este caso, los fetichistas y los solemnes no han comprendido que hay tanto o más arte en el mecanismo de la trituradora, sibilinamente ocultado en el interior del marco, que en la obra en sí misma. No se sabe si Bansky, al idear ese mecanismo destructivo, estaba pensando en todo esto o, simplemente, su fin no era otro que el de burlarse de los subastadores y de los pujadores y, sobre todo, de una ceremonia que el artista grafitero desprecia por encima de todo.

El arte es inmortal, pues su cadáver continúa respirando. Rajemos un cuadro de Barceló y, acto seguido, en lugar de arruinar la obra o de que ésta pierda valor, el mercado se volverá loco. El mercado no castigará la obra con valor cero, sino que la premiará con una serie de ceros a la derecha. Una obra intervenida por un delincuente siempre tendrá un plus. El mercado siempre sabe cómo tratar una obra herida o mutilada: sumando ceros. De ahí Bansky, artista y delincuente, creador y destructor. Soberano de su obra y, por tanto, libre de hacerla trizas. Gran jugada de Bansky, el travieso. En cualquier caso, el artista urbano no está muy convencido del resultado. Por lo visto, la trituradora falló, no cumpliendo con su cometido, que no era otro que el de pulverizar en directo, y ante el escándalo tontorrón del público, la obra subastada.

En fin, la conclusión podría ser ésta: la muerte en directo de una obra de arte no significa la desaparición de la obra en cuestión, sino su transformación y, visto el resultado, su brutal revalorización. El arte y el mercado, esa extraña pareja, perfecta por indestructible.

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