Hay ciertamente algo de actitud neocolonial en la pretensión de los gobiernos europeos de externalizar el problema de los refugiados. Se pretende pagar a algunos Estados de ese continente, como algunos del Magreb, para que acojan en sus territorios centros de internamiento de quienes llegan irregularmente a Europa. Países que, sin embargo rechazan la propuesta. Y ¿por qué iba a aceptar, por ejemplo, Túnez acoger a gentes que no han estado nunca ni pretenden estar en ese país? Y en el caso de Estados fallidos como Libia donde desde el derrocamiento por Occidente de Muammar Gadafi reina sólo la violencia, ¿no es exponer a los internados en los centros que allí se abrieran a todo tipo de violaciones de derechos humanos?
En lo único que parecen estar de acuerdo los gobiernos europeos, a juzgar por lo sucedido en la última cumbre, es a proteger las fronteras exteriores de la UE. Los inmigrantes deberán ser repatriados cuanto antes y cualquier método parece ser bueno para ello: lo importante es quitarse el problema de encima cuanto antes.
Las organizaciones humanitarias llevan tiempo luchando sin éxito por un sistema de asilo europeo y por un procedimiento homogéneo aceptado por todos los gobiernos. Y en lugar de solidaridad, en lo único en lo que parece haber acuerdo entre todos es en echar balones fuera para no perturbar aún más la paz social en la vieja Europa. En Bruselas, denuncian las ONG, parece imponerse poco a poco en el tema de la inmigración, la postura más dura, la que defienden gentes como el húngaro Orbán o el italiano Salvini.
