El muerto diario en accidente de tráfico tuvo lugar ayer en Eivissa. Es curiosa la disociación que pretende una masificación ilimitada de Balears sin efectos colaterales. A más coches, más fallecidos en carretera. La teoría de colisiones dictamina que los choques aumentan con el número de partículas en juego, nos creemos supersticiosamente a salvo de la ciencia. En la portada de un periódico local esta misma semana, todas las noticias remitían a un aumento de la población, y así hasta el infinito. No se puede multiplicar los seres humanos, y mantener la mentalidad agropecuaria de que un descuido en la conducción no acarreará consecuencias. No piense en Mallorca, piense en Singapur.
La mayoría de mallorquines cree que conduce mejor que la media. En este absurdo numérico se asienta el edificio estadístico. La mayoría de mallorquines también cree que los demás no deberían conducir con una copa y un porro de más, porque pierden el dominio de sus vehículos. En cambio, la mayoría de mallorquines cree que ellos mismos sí pueden conducir tras el consumo de drogas, legales o no. Ellos controlan, según demuestra la carnicería llevada a cabo en la isla por personas que previamente habían consumido sustancias adictivas. No querían matar, solo vivir la aventura de la libertad suprema, pero se preocupaban de blindarse de carrocería antes de arrollar a sus semejantes. No son muertes debidas a que los residentes conducen peor, sino a que se creen ases al volante que pueden contrarrestar las secuelas del alcohol y las drogas.
El fatalismo mallorquín debe aplicarse de nuevo a rajatabla, para elevar el termostato de la tolerancia a los muertos en la carretera. Todo incidente en la conducción conlleva un riesgo mortal, hace veinte años hubiera sido una anécdota para estremecer la sobremesa. Cuesta vivir con dicha tensión, pero al mismo tiempo se anuncia que el espectáculo del crecimiento indefinido debe continuar. La recomendación de poner el máximo cuidado al volante solo garantiza la tranquilidad de ánimo.
