El alborozo es cuando menos sorprendente: todos estamos pletóricos de gozo porque tres bomberos españoles, que se jugaron la vida en acciones humanitarias en el Egeo, han sido absueltos por un tribunal griego de la acusación de fomentar la inmigración ilegal. Sólo un perturbado podría imaginar que quien ha evitado que se ahoguen unos desheredados que huyen de la guerra podía ser castigado con hasta diez años de cárcel por infringir unas normas administrativas.
El cinismo de la Unión Europea y de sus estados miembros es en este asunto hiriente y desconcertante: atemorizados por la presión migratoria que proviene de la guerra de Oriente Medio y de las hambrunas africanas, estamos financiando al estado títere de Libia para que, con sus flamantes guardacostas recién suministrados al efecto, impida la inmigración hacia la otra ribera del Mediterráneo. Y, por si falla el mecanismo, dictamos leyes que criminalizan a quienes socorran a los desgraciados que han logrado sortear los controles libios y pese a todo se embarcan hacia el Viejo Continente en frágiles embarcaciones.
En inconcebible que en Bruselas no haya un clamor político contra este estado de cosas que muestra una degradación moral sin paliativos.
