Diario de Mallorca

Diario de Mallorca

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

José Carlos Llop

Otra mallorca

Jorge Dezcallar comienza El Anticuario de Teherán -el segundo libro de recuerdos de su larga vida diplomática, después de Valió la pena- con una cita de Marco Aurelio: "si pruebas un pepino amargo, tíralo. Si hay zarzas en el camino, evítalas. Basta con eso; no te preguntes por qué existen cosas así en el mundo". Y en un alarde de mallorquinidad atávica añade: "un tipo listo", refiriéndose al emperador filósofo. Pero Dezcallar sabe que la inteligencia es superior a la listeza -aunque tantas veces triunfe esta sobre aquella- y que el consejo de Marco Aurelio es la inteligente destilación -como lo son sus Meditaciones- de las preguntas que el hombre se ha hecho desde el principio de los tiempos ante las zarzas del tiempo y la amargura de la vida.

El Anticuario de Teherán tiene de ambas cosas -inteligencia y listeza- y tiene sobre todo el espíritu de un libro feliz; una felicidad que nunca habría existido tampoco sin los pepinos amargos y las zarzas en el camino, pero que agradece a la vida todo lo demás. Porque son unas zarzas -las de un anticuario judío en Irán- las que dan el título de su libro a Jorge Dezcallar. Las relaciones entre el régimen de Jomeini y los EEUU impiden a un anticuario que frecuentaba Dezcallar -coleccionista y hombre de gusto refinado- enviar a su hija, que vive en Los Ángeles, un collar de familia para que lo luzca el día de su boda. Un collar antiguo, de oro, coral y aguamarinas.

El anticuario le pide al diplomático español si puede ser el portador de ese collar para que su hija se sienta unida a sus ancestros en día tan señalado. Todo se desarrolla como en un cuento de Las Mil y Una Noches. Y a partir de aquí, cada una de las historias que nos relata Dezcallar son como esas cuentas de coral y aguamarina y la literatura memorialística lo que las engarza. Un hombre de setenta años que cuenta su vida porque le está profundamente agradecido y sabe que solo desde el agradecimiento se tiene una vida plena. Y en esta vida, entrelazada al carrusel cosmopolita que lo lleva de Centroeuropa a Oriente Medio, del norte de África a Centroamérica, o del Vaticano a Washington, está Mallorca. La Mallorca familiar, personificada en sus abuelos, tíos y padres, que aparecen como otros personajes del libro, entre la memoria y la literatura y que son la matriz -y un mundo fin de raza- de donde surge el viajero cosmopolita, el hombre que vivirá entre espías, embajadores, servicios de inteligencia, un Papa y un Presidente de los Estados Unidos.

Pero junto a la memoria familiar y los recuerdos profesionales hay una fotografía tomada en el consulado general de Nueva York en 1978, que nos habla también de otra Mallorca secreta cuyo rastro -que existió y fue luminoso- se ha perdido en el tiempo. La fotografía recoge la imposición de la Orden de Isabel La Católica a J.J. Sweeney, entonces crítico de arte de The New York Times. Hubo en Valldemossa una estupenda acuarelista llamada Margaret Sweeney, pero no creo -tal vez me equivoque- que hubiera relación entre ambos Sweeney. En cambio hay en esa foto dos personajes relacionados con la isla. Uno de ellos es Lorrie Goulet, que estudió en el Black Mountain College -la revista Black Mountain se editó en Banyalbufar, capitaneada por el poeta Robert Creeley- y era hermana de Robert Goulet, que vivió en Fornalutx y escribió un largo relato titulado Manicomio -así en castellano- que tiene Mallorca por escenario. Su primera edición se publicó en el número 4 de la revista Mediterranean Review -verano de 1971- y si lo sé es porque dispongo de un ejemplar que me regaló hace unos años el escritor Javier Marías, precisamente por ese motivo. "Tú le sacarás más partido" me dijo. Bien: este año ya es la segunda vez que acudo al ejemplar impreso en Nueva York, impecablemente encuadernado en tela.

El otro es el escultor art-déco José de Creeft, ya mayor y sonriente, de pie junto al crítico Sweeney y con las manos apoyadas sobre los hombros de Jorge Dezcallar. José de Creeft se había casado años atrás con Lorrie Goulet, bastante más joven que él. Pero De Creeft siempre tuvo debilidad por sus jóvenes alumnas de pintura y escultura. De Creeft había venido a Mallorca en 1927 de la mano del pintor argentino Roberto Raumagé, que acababa de comprar sa Fortalesa de Pollença y le pidió que decorara el jardín, piscina y otros exteriores con esculturas, fuentes, gárgolas y capiteles. Ríanse ustedes de la mansión del Gran Gatsby: De Creeft levantó una maravillosa arca de Noé en piedra, un Bomarzo art-déco que el maltrato, el abandono y la desidia -e imagino que los robos- fueron destruyendo.

La fotografía que aparece en El anticuario de Teherán revive todos esos fantasmas que fueron nuestros, no sé si a conciencia de su autor -entonces jovencísimo- o no. Pero sin él y su libro no hubiéramos podido evocarlos ahora. Otra Mallorca, como otra Mallorca en el mundo ha sido Jorge Dezcallar -el cronista internacional de estas páginas dominicales- todos estos años. Por supuesto el collar llegó hasta Los Ángeles con tiempo para ser lucido en la boda por la hija del anticuario. Como este libro a nuestras manos, por ejemplo mañana, que es lunes, 23 de abril y celebramos Sant Jordi.

Compartir el artículo

stats