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Ramón Aguiló

Escrito sin red

Ramón Aguiló

Demonios rijosos

Las agresiones sexuales a las mujeres no salen gratis ahora. En tiempos de guerra la cosa funcionaba de otra manera. En torno a...

Las agresiones sexuales a las mujeres no salen gratis ahora. En tiempos de guerra la cosa funcionaba de otra manera. En torno a las 800.000 mujeres alemanas fueron violadas por soldados del ejército rojo y por los de los ejércitos aliados en el frente occidental, sin mayores consecuencias para los violadores. El ejército japonés reducía a innumerables mujeres de Corea, China y Filipinas a la condición de esclavas sexuales. Los rescoldos de aquellas salvajadas todavía corroen las relaciones de aquellos países con Japón. Siempre fueron botín de los ejércitos vencedores el oro y las mujeres. Y si tales prácticas han sido hoy en general vilipendiadas, el secuestro de niñas por Boko Haram y sus yihadistas en Nigeria nos recuerdan que el pasado nunca muere, ni siquiera es pasado.

De un prejuicio equivocado no se libra siquiera un clásico como Montaigne que, en sus Ensayos, afirma que "entre las violencias que se infieren a la conciencia, la que más conviene evitar, a mi juicio, es aquella que se infiere contra la castidad de las mujeres, pues cierto placer corporal se mezcla en ella por naturaleza; y, por este motivo, la disconformidad no puede ser lo bastante completa, y parece que la fuerza se mezcla con cierto consentimiento". Pone ejemplos de la historia eclesiástica de personas devotas que invocaron la muerte como refugio contra los ultrajes que los tiranos disponían para su religión y conciencia. Dice que acaso les honrará en los siglos venideros que un docto autor como Henri Estienne se esfuerce en convencer a las damas de que prefieran tomar cualquier otra vía a caer en una desesperación tal (mucho antes ya san Agustín rebatía que debiera cometerse el pecado de suicidio para evitar el riesgo de consentir la lujuria). Y relata, de una forma imposible de concebir hoy día, lo que supo que en Toulouse le ocurrió a una mujer pasada por las manos de ciertos soldados: "¡Loado sea Dios!", decía, "que al menos una vez en la vida me he saciado sin pecar". En fin, de este prejuicio machista tan arraigado hasta hace dos días (y que tantas agresiones contra las mujeres pretendía legitimar) se derivaba la falsa conclusión de que cuando ellas dicen "no" en realidad estarían diciendo "sí".

Sin llegar a esos extremos criminales, escenificado alguno de ellos en los sanfermines del pasado año, una cierta tolerancia con las agresiones sexuales conocidas como "manoseos" en las fiestas populares, donde el alcohol ha cumplido tradicionalmente la función desinhibidora, ha sido felizmente situada fuera de toda aceptación. Ocho meses de prisión han sido dictados para un detenido el pasado domingo por tocamientos a una mujer en los sanfermines del corriente año. Aquí, en Palma, una chica ha grabado y difundido por Facebook a otro rijoso que se masturbaba a su lado en un autobús de la EMT; con el peligro que entraña la difusión de una imagen, como le ha ocurrido a una persona que grabó y difundió la intrusión de unos ladrones en su casa. Otra mujer ha denunciado haber sufrido abusos sexuales por parte de un dimoni de cala Rajada en las fiestas del Carmen. Un dimoni de la colla de dimonis se aproximó a una mujer que estaba presenciando la actuación y le tocó los genitales bajo la falda sin su consentimiento. La víctima precisó a los agentes de la autoridad que quería denunciar sólo al dimoni que la había agredido, no al resto del grupo. Pero, al vestir los dimonis una indumentaria idéntica y el rostro cubierto por una máscara, no pudieron precisar los municipales quién había sido el autor material de los tocamientos. Al final ha sido la Guardia Civil la encargada de continuar la investigación, difícil sin duda.

Si la figuras de Milton y Goethe han sido capaces de crear de forma memorable la figura de un Satanás rebelde contra el poder de Dios y un Mefistófeles que radiografía con precisión el alma humana, la cultura popular ha contemplado la figura del diablo con mucha menos densidad metafísica. En Mallorca aparece bajo múltiples nombres: Barrufet, Cucarell, Banyeta-verda, Tugores? Hace muchos años, el único dimoni que se podía ver con regularidad era el que en la carretera de Manacor, a la altura de Ca'l Dimoni de Algaida, armado con un tridente hacía ridículos aspavientos. Con la eclosión de las fiestas populares la demonología volvió a tomar las calles de pueblos y de la capital. Pero debido a los nuevos aires que ha traído el progreso, un demonio ya no puede ejercer de íncubo, pues las transgresiones sexuales ya son algo mucho peor que el pecado: son delitos contra la mujer; son políticamente incorrectos. Si llamamos íncubo al demonio que bajo la apariencia de hombre tiene relaciones sexuales con una mujer, no tenemos nombre para el hombre que pretende lo mismo bajo la apariencia de demonio. Lo único que sabemos es que se trata de un personaje rijoso que se pretende ungido por la permisibilidad de una tradición de transgresiones ligada al desenfreno y al éxtasis de la fiesta regada en abundancia por la embriaguez del alcohol. Pero, de la misma manera que los ritos se han convertido en parodias de ritos con el paso acelerado de una sociedad religiosa a una profana, las fiestas populares parodian las fiestas de una sociedad creyente en la presencia real del diablo en el mundo. La decadencia consiste precisamente en esto, glosar unos valores de los que ya no somos deudores, estar fuera del tiempo. Sin demonios de verdad ya sólo quedan delincuentes.

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