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Siria y el sentido común

Gran parte de la comunidad internacional ha culpado a Siria de la matanza causada con gases letales en la localidad de Jan Sheijun, que causó docenas de muertos, muchos de ellos niños, todos "rebeldes" para Damasco, es decir opositores al régimen del genocida Bachar al Asad. El Consejo de Seguridad de la ONU no condenó el hecho por el veto de Rusia, que sostenía la tesis de que las fuerzas de el Asad no lanzaron las armas químicas, sino que estas, almacenadas por los rebeldes, se dispersaron a causa de un bombardeo convencional sobre los polvorines.

Los Estados Unidos, disconformes con la actitud de la ONU, han decidido tomarse la justicia por su mano y han atacado la base siria de al-Shayrat, en la provincia de Homs, al tiempo que Trump ha manifestado que hay que expulsar a al Asad del poder. Antes de las elecciones, el presidente de EE UU dio a entender que su mayor urgencia era poner fin al conflicto sirio, supuestamente azuzado por la política de los demócratas.

A la vista de todo esto, hay que reconocer que resulta inverosímil que Damasco, que tiene prácticamente ganada la guerra, utilice armas prohibidas para alcanzar un pequeño objetivo militar, a riesgo de atraer las iras de toda la comunidad internacional. Al Asad había conseguido convertirse en una especie de "mal menor" y tenía asegurada la supervivencia, su gran objetivo. ¿Cómo aceptar, entonces, que haya tirado voluntariamente por la borda esa posición? Alguien miente en este oscuro asunto.

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