Durante la Administración Clinton mi amiga Karol Kumpfer, catedrática de psicología, tuvo un cargo relevante como responsable de la política de prevención de drogas de Estados Unidos. Mi relación con ella es la que orientó mi interés por la política americana; especialmente el proceso de primarias del partido demócrata y las elecciones presidenciales posteriores. Me detendré en aquella a la que dediqué mayor energía: el proceso de primarias entre Hillary Clinton y Barak Obama. Coincidiendo con mi amiga, mi simpatía desde el primer momento fue para Hillary. Las razones fueron casi las mismas que me impulsaron en su momento a apoyar la candidatura a rectora de la doctora Monserrat Casas (ya fallecida). Si podía elegir, prefería que fuera una mujer. Esa mujer. Una mujer inteligente, con bagaje académico e investigador, trabajadora y con ideas claras. Una mujer progresista, honesta y buena persona. Mi amiga, influida por su relación con Bill, mencionaba motivos afectivos para decantar su preferencia por Hillary. Obama podía esperar a las próximas, decía.

Pronto constaté la diferencia sustancial entre ambos candidatos que llevó a Obama a ganar ambas contiendas electorales. No me refiero a las obvias. Alguien podría sentenciar: los electores prefirieron elegir a un hombre -aunque fuera afroamericano y produjera rechazo a algunos grupos racistas- que a una mujer. No solo, sino también, diría yo.

No eludo que Obama hizo una campaña excelente en todos los sentidos incluyendo los mensajes, las imágenes y toda la promoción comercial; además del trabajo en las redes o la motivación del voluntariado. No obstante, había algo más. En la calle, en plena campaña, me di cuenta de las simpatías que generaban uno y otra. Obama suscitaba esperanza, ilusión y emoción desbordada. Las personas que le daban apoyo estaban en todos los rincones con ese mensaje; y con su tenderete lleno de gente. Incluso las camisetas, con la imagen de Obama se lucían como la última moda por personas famosas. El icono de Obama podía verse hasta en los bajos de los balcones: levantabas la vista y ahí te lo encontrabas. Han pasado ocho años y ese sentimiento persiste. Hillary no suscita ese sentimiento. Mi apuesta era más racional que emocional.

Durante estos años hemos constatado que Obama es un hombre muy querido; además de un hombre carismático, mediático y da bien en cámara. El día de su investidura ya marcó la diferencia sin complejos. La definió claramente en relación a su esposa y a las mujeres en general: Obama caminó un largo trecho desde el Capitolio hasta la Casa Blanca, en olor de multitudes, acompañado por su mujer, Michelle. Analizando los signos de aquel paseo juntos, ya pudimos ver que Obama hacía referencia a dos: Barack y Michelle: una mujer especial, brillante y con un carisma semejante al de su marido. Antes de subir las escaleras de la Casa Blanca, Barack esperó a Michelle; le cedió el paso y así entraron juntos en sus ocho años de mandato presidencial.

Las imágenes de ambos en diferentes eventos y situaciones durante estos años, no han hecho sino reforzar esta idea: cada uno ha proyectado su mejor luz. Ninguno parece haber invadido el espacio del otro. Eso no se improvisa, forma parte de una actitud, un sentimiento y un comportamiento genuino; va más allá de autodefinirse como feminista -como hizo Barack en varias ocasiones- y se transmite a los demás.

Barack fue aplaudido y criticado por definirse como feminista. Algunas voces procedentes del movimiento feminista 99% le reprocharon no ir a la raíz del problema; manejar un feminismo basado en mitos. En palabras de Nancy Fraser, un feminismo corporativo de "techo de cristal" que ha renunciado a la concepción amplia y sólida de lo que significa la igualdad de género o la igualdad social en general. Otros grupos feministas, sin embargo, alabaron esas muestras. Entendieron que las declaraciones de Barack a favor del feminismo -un político con tan elevado nivel de influencia-, indicaban una gran sensibilidad frente a los problemas de las mujeres. Desde mi punto de vista -y sin entrar a analizar las imágenes, los mensajes y los comportamientos del mandatario que ha tomado el relevo a Obama-, las medidas para la igualdad también se basan en mensajes claros hacia la ciudadanía, como los que escribió Obama en su ensayo sobre el feminismo para la revista Glamour. Como dijo Michelle, "para cambiar la cultura que nos perjudica no vale sólo con cambiar leyes sino corazones".

*Catedrática de Universidad en la UIB