La efervescencia político-social que vivió España a lo largo de 1930 fue el preludio de los drásticos cambios que se materializaron un año más tarde. 1930 fue el año en el que un atribulado Alfonso XIII, abuelo del rey Juan Carlos, que venía de "borbonear" sumariamente al general Miguel Primo de Rivera y finiquitar la dictadura que había avalado siete años antes, trataba desesperadamente de retomar la senda constitucional con escaso éxito, según se comprobó poco después. Proliferaban los manifiestos antimonárquicos, al tiempo que políticos desde siempre afectos a la dinastía de los borbones abandonaban al Rey pasándose sin rebozo al campo republicano. Fue el caso de Niceto Alcalá Zamora y Miguel Maura o el de José Sánchez Guerra (notablemente superiores en calidad intelectual y política a los actuales), quien, en una alambicada pirueta institucional, declaró solemnemente que era "monárquico sin rey al servicio de la República." Los republicanos de siempre asistían expectantes a lo que acontecía, veían cómo inopinadamente sus expectativas, que estimaban lejanas, se aceleraban. La crisis económica también ayudaba, al darse la desafección de unas numéricamente escuálidas clases medias, desencantadas con lo sucedido en los años precedentes.

2014 es el año en el que vivimos atentos a la progresiva corrosión del sistema institucional, que corre al unísono del deterioro de la corona. No puede, ni de lejos, establecerse un paralelismo absoluto entre 1930 y 2014. Hay, de entrada, una diferencia sustancial: Alfonso XIII quebró la legalidad constitucional al endosar en 1923 el golpe de Estado del general Primo de Rivera, al que definió como "mi Mussolini". El rey Juan Carlos ha mantenido incólume su promesa de cumplir la Constitución de 1978. Su actuación el 23 de febrero de 1981 ante el intento de golpe de Estado lo evidencia sobradamente. Dicho eso, las similitudes entre dos años separados nada menos que por más de ocho décadas son evidentes. En 1931 la legalidad constitucional había entrado en barrena; la agitación social, propiciada por la crisis económica de 1929, se extendía por toda España y las fuerzas políticas que habían protagonizado la Restauración en las postrimerías del siglo XIX se hallaban en fase de extinción. Todo se preparaba para la implosión del sistema. Es lo que acaeció el 14 de abril de 1931.

¿Qué sucede en 2014? El horizonte de sucesos es el sigue: la valoración de la corona, incluida la del rey Juan Carlos, se desploma, con la salvedad del príncipe Felipe; la crisis social se acentúa, pareja a la política-institucional, que tiene varias líneas de falla, siendo una de las fundamentales la de Cataluña; el sistema de partidos imperante desde 1978 hace aguas, con populares y socialistas sumidos en un descrédito, que certifican los sondeos, impensable unos años atrás, y la efervescencia republicana empieza a hacerse visible, por mucho que todavía no se haya contagiado a los segmentos sociales que harían viable una hipotética opción por la instauración de una nueva república en España. Lo que los analistas no acaban de discernir es si la monarquía puede seguir soportando las embestidas a las que se la somete a diario, si podrá digerir no ya que la infanta Cristina se vea en la tesitura de ser procesada, sino que su marido, Iñaki Urdangarin, se siente en el banquillo de los acusados, alternativa muy probable. ¿Cómo aguantar un día tras otro de juicio oral y lo que pueda salir de él?

2014 es el año en el que empezará a clarificarse dónde estará España cuando en 2015 se hayan celebrado las elecciones municipales, autonómicas y las generales. En 2014 se verá si la monarquía lograr salir del pozo de descrédito en el que se ha metido sin ayuda de nadie, por estrictos méritos propios; en qué ha quedado la apuesta independentista de los nacionalistas catalanes, y previamente qué han deparado las elecciones al Parlamento europeo del 25 de mayo. En 1930 a nadie se le pasó ni remotamente por la cabeza que fuera posible que unas simples elecciones municipales pudieran extender el certificado de defunción al sistema institucional vigente desde la Restauración. Es lo que se plasmó el 14 de abril de 1931, lo que dio pie a que el entonces presidente del consejo de ministros, el almirante Aznar, ofreciera una respuesta que ha quedado recogida para siempre en la historia de España: "Qué quieren que les diga de un país que se acuesta monárquico y se levanta republicano". No va a suceder lo mismo en 2015. Tampoco a nadie, como en 1930, se le pasa por la imaginación, ni tan siquiera a quienes sueñan con la república, pero si no se frena el deterioro político-institucional que, ese sí, está a la vista de todos, lo que llegará no será fácil. Además, ¿dónde está escrito que lo imposible no puede materializarse? Que analistas políticos e historiadores de primer orden afirmen abiertamente, ya sin subterfugios, que la permanencia de la monarquía requiere de la rápida abdicación del rey Juan Carlos, que se pone en riesgo el futuro reinado de Felipe VI, evidencia que la situación no sé si es crítica, pero sí lo suficientemente delicada para que lo que se tenga que hacer, se haga cuanto antes.

Los cambios a poner en marcha no son pocos, afectan al núcleo del sistema, tanto a la corona como al entramado político sustentado por los dos grandes partidos. Más les vale no caer en la tentación o de esperar que escampe, la opción por la que el presidente Rajoy siente un entusiasmo perfectamente descriptible, o de aguardar a las consultas electorales venideras para reducirlo todo a cuatro modificaciones menores confiando en que las aguas acabarán por volver a su cauce natural. No ocurrirá: los años vividos nos han transformado para siempre.