Lo que está sucediendo en la Iglesia católica de Mallorca a cuenta del cura Pere Barceló, acusado de pederastia y violación, es una inversión en los papeles tradicionales que se les asignan a jerarquía y tropa. Ocurre que el tribunal eclesiástico, siguiendo la norma preconizada por el Papa Benedicto XVI, la denominada tolerancia cero hacia los clérigos amantes de los abusos a menores, ha condenado sin atenuantes a Barceló. El obispo Salinas ha sido tajante en sus manifestaciones de apoyo a la sentencia. La jerarquía no contemporiza, como ocurría en el pasado, ni acepta ser cómplice por encubrimiento. Pero no ocurre lo mismo con los colegas de profesión de Barceló. Su sucesor en la rectoría de can Picafort, el cura Pere Fiol, no solo disculpa al presunto pederasta y violador, sino que, en la mejor tradición eclesiástica, carga contra la víctima, a la que acusa de haber llevado una vida disoluta e incluso de propiciar la relación sexual a la que fue obligada.

La drástica decisión tomada por la Iglesia católica mallorquina ha provocado una secuencia de pronunciamientos solidarios con Pere Barceló. Distintos sacerdotes, con más o menos vehemencia, han pedido clemencia y perdón, así como que no se le condene a perpetuidad, a fin de que en el futuro pueda volver a ejercer el ministerio sacerdotal del que ahora ha sido apartado. No sorprende. Sí escandaliza. No es sorprendente, porque hasta ayer la Iglesia católica ha protegido a los suyos con razón o sin ella. Los curas, obispos y cardenales pederastas, se han beneficiado de la protección tanto de obispos como de las altas instancias vaticanas. Ahí está el ejemplo del sacerdote Marcial Maciel, fundador de los Legionarios de Cristo, pederasta, corruptor y padre de familia, que dispuso del incondicional respaldo del Papa Wojtila. El pontífice polaco, a pesar de tener información de lo que estaba acaeciendo, se negó en redondo a actuar contra Maciel. Fue Ratzinger quien lo hizo al asumir el pontificado. Sucesos como los de Irlanda, Bélgica o Estados Unidos dan una idea de lo que ha sido la pederastia en la Iglesia católica: una pandemia. En España, ha habido reiteradas denuncias contra el cardenal arzobispo de Madrid, Antonio María Rouco Varela, por el supuesto encubrimiento de un cura pederasta, al que habría trasladado constantemente de parroquia en parroquia con el propósito de protegerlo.

No sorprende que en Mallorca, los curas se solidaricen con Pere Barceló, pero escandaliza que se den los episodios de solidaridad que estamos contemplando. El goteo de clérigos que o bien consideran excesiva la sentencia o ponen en duda los hechos que han conducido a dictarla, ofrece un cuadro de cómo es por dentro parte de la clerecía de la isla. Mala papeleta la que tiene que solventar el obispo Javier Salinas. No puede quedarse de brazos cruzados ante lo dicho por el cura Pere Fiol. Este hombre, denunciado ante la justicia por la víctima del otro Fiol, ha de ser puesto en situación de excedencia forzosa. Para bastantes creyentes resulta muy insoportable tener que aguantar que alguien como él pueda decir misa y administrar los sacramentos. Su continuidad en el cargo pone seriamente en cuestión tanto la política de tolerancia cero como cualquier pretensión de ejemplaridad. Salinas tiene que enviarlo a casa, y ya veremos qué hace el juez con la querella que se ha interpuesto en su contra.

Salinas sabía, al llegar a Mallorca, del problema existente con el bajo clero. Dividido y enfrentado en banderías; con un sector minoritario, nacionalista militante, pero aguerrido y siempre dispuesto a los enfrentamientos con el poder político cuando se le presenta la oportunidad. Frente a él, otro grupo de curas deseosos de una restauración eclesial tridentina, con una concepción para la Iglesia de fortaleza sitiada por la secularización y el relativismo. Estos consideran que los casos de pederastia son elementos que los enemigos del catolicismo utilizan para socavar la influencia de la Iglesia católica; es el supremo argumento a esgrimir para justificar el silencio, dar por buena la norma de ocultación a toda costa.

El obispo Salinas, con sus formas afables y cercanas, no parece de los que se dejan intimidar. Tiene la oportunidad de demostrarlo, porque de no hacer nada, si deja que el rector Pere Fiol siga en can Picafort, se habrá cargado de un plumazo su ministerio episcopal. De continuar, la confianza en Salinas quedará disminuida, al menos para los que desean creer que la Iglesia católica no quiere seguir aceptando en su seno a quienes la han llenado de porquería, según palabras del Papa Ratzinger. El levantisco clero mallorquín debería tener muy claro que no es aceptable que se menosprecie a las víctimas de la pederastia como ha hecho el cura de Can Picafort. Salinas le ha expresado públicamente su respaldo. Indirectamente ha desautorizado a su subordinado. No es suficiente: la desautorización ha de ser explícita, al menos de similar contundencia a la sentencia del tribunal eclesiástico que ha condenado al antiguo rector.

En el catecismo de la Iglesia católica se dice que puede pecarse por acción u omisión. No actuar es dar por buena la exculpación de quien para la Iglesia es un pederasta. Salinas ha ser todo lo prudente que considere necesario, actuar con la cautela precisa, pero no es asumible la inacción. El obispo no ha de aceptar que la dignidad violentada de una niña siga siendo escarnecida.