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Leo con estupor que el número de delatores por delitos fiscales ha aumentado un 50% este año con relación al pasado. El secretario de Estado de Hacienda, Miguel Ferre, atribuyó este hecho a la irritación de los ciudadanos que contemplan a su lado la comisión de un fraude fiscal y explicó que el perfil del delator es alguien próximo a la actividad delictiva, que conoce bien las operaciones del denunciado pero que no necesariamente ha de estar involucrado en el fraude.

El pasado julio se anunció una reforma del Código Penal que incrementaría las sanciones los evasores fiscales y premiaría a los delatores, como ya sucede en muchos países, como los Estados Unidos, en que se ha llegado a desarrollar la delación como profesión: como los antiguos cazadores de recompensas, hay expertos que viven de denunciar los fraudes de sus semejantes.

Por supuesto, el defraudador fiscal, debe ser perseguido y castigado pero eso no significa que haya que entronizar la figura del delator ni mucho menos que pueda prestigiarse fiscalmente. Muchos pensamos que es el Estado el encargado de velar por la Hacienda pública, en tanto los ciudadanos tenemos que tejer entre nosotros lazos de confianza y de solidaridad.

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