En la semana de la huelga general, hablemos de poesía. Luis Antonio de Villena acaba de publicar nuevo libro de poemas: Proyecto para excavar una villa romana en el páramo. Si en la primera línea de una novela, dicen que está encerrada la novela entera, el título de Villena es una declaración de principios, un modo de estar en la vida. La memoria, el luminoso pasado, el refinamiento de cierto paganismo, el páramo de la barbarie actual. Pero hay algo más. Hay un esplendor recuperado desde la rara serenidad de quien se adentra en los sesenta, a sabiendas de que el tiempo ya no va a ser un aliado. Y una reafirmación en la manera elegida para vivir, con su alegría y su desesperanza, también.

¿Y la noticia? Que De Villena publique un libro no lo es. Desde los años setenta es un escritor —o un poeta que a su vez es escritor— que suele publicar una media de dos, cuando no son tres, al año. Eso sin contar sus colaboraciones en prensa y radio. De Villena es uno de los escasísimos poetas de su generación –si no el único– que de la literatura y el periodismo cultural ha hecho su modus vivendi. Constante como un Bartleby que sí prefiere hacerlo. Que sólo haciéndolo, es. La novela, el ensayo, los mitos antiguos, las figuras heterodoxas, las antologías de jóvenes poetas o de viejos rescates, han sido el mundo cotidiano del escritor. La poesía, su don. Sin olvidar al personaje. Porque De Villena ha construido consigo mismo, desde la literatura y para la literatura, un dandi de ascendencia wildeana, habitual en la vida anglosajona e infrecuente en la española, que desgraciadamente inventó para el mundo la picaresca y sigue infestando de pícaros tanto la llamada vida literaria como la otra que, debido a ese denominador común, en poco se diferencian.

Pero hablaba antes de la noticia y la noticia está en que De Villena, a los 61 años, ha publicado el que es, desde mi punto de vista, su mejor libro de poemas. Que, por cierto, lleva mes y medio siendo el libro de poesía más vendido —y en el género eso quiere decir más leído— en España: un par de miles de ejemplares, cosa que no suele ocurrir casi nunca. ¿Entonces? Trazaré una teoría: Proyecto para excavar una villa en el páramo entronca directamente con sus dos mejores libros hasta la aparición de éste –aquellos que lo catapultaron al lugar que ocupa en la poesía española. Me refiero a Hymnica y a Huir del invierno. Con la diferencia –esencial a la hora de afrontar el riesgo– de que los tiempos de Hymnica –la juventud dorada– ya se fueron y no hay posibilidad de huir del invierno, porque avanza por todos los puntos cardinales y ni se puede soslayar de manera alguna, ni se puede tampoco –la vida nos lo ha enseñado y confirmado– escapar de él.

Aquellos dos libros aportaron una voz nueva al panorama poético nacional. Una voz rica, culta y distinta. Pero además trajeron consigo algo de lo que carecía nuestra poesía: su enraizamiento en la lírica griega antigua –La antología palatina–, la visión neoplatónica –un paganismo nuevo–, la luminosa sombra de Cavafis hecha nuestra, y la importación del retrato a la manera anglosajona (algo que había inaugurado Cernuda en su Ludwig de Baviera, con esporádicas visitas en algunos poemas del grupo Cántico y en algunos versos de Guillermo Carnero, pero poco más).

Todo esto fue así, como lo es el que en la penúltima poesía de Villena se deslizaba –aunque continuara siendo su mundo– una amargura densa, recelos, un fatalismo sin solución, la propensión al ajuste de cuentas con el pasado ingrato… Sus versos se habían teñido de una infelicidad, sino impropia, sí desajustada al personaje creado por él, que suele afrontar cualquier malandanza con un humor lleno de inteligencia y vitalismo. Cierta degradación de corte realista y forma descarnada se había impuesto en sus versos, ocultando, si puede decirse así, al De Villena celebratorio. Al que había encontrado en la cultura clásica –en el culturalismo bien asimilado, nunca de oropel– el refugio y el consuelo a tantas malas tretas con que la vida juega. Y también la casa donde habitar y resistir.

En su anterior libro, La prosa del mundo, De Villena daba la espalda a ese camino agostado –también eso es la poesía, como lo es la vida del poeta– inaugurando otro que ha acabado siendo la antesala de este Proyecto… O su necesidad previa. En Proyecto para excavar una villa romana, hemos recuperado al De Villena que más nos gusta. Al mejor De Villena, repito. Que no es el mismo que ya nos gustaba sino otro mucho más sabio, más desapegado, aunque no olvide sino que vuelva a celebrar todo aquello que lo convirtió en el poeta que es. La memoria, la vocación de armonía vital pese a todo, el clasicismo, el recuerdo elegíaco como forma de civilización, cierta ternura que había desaparecido y una mirada piadosa –y a veces elocuentemente feliz, pese al tono melancólico– sobre aquello que ha hecho que el poeta y escritor Luis Antonio de Villena fueran el mismo personaje que había sabido hacer de sí mismo. Así le he oído y escuchado detrás de todos los versos de este Proyecto… Aquella jubilosa meditación hedonista que conocimos hace más de treinta años ha regresado ahora con más madurez que nunca. Y mientras leía el libro, he tenido la sensación de tener ante mí la carta de un amigo que te cuenta que su vida está y ha estado bien y que se encuentra en paz con ella porque ha sabido qué hacer con lo que no le gustaba de ella. Una de esas cartas que te reconcilian con el mundo –y mira que está difícil– y te hacen agradecer, una vez más, la amistad de unos pocos.

En la semana de la huelga general, ¿hablar de poesía? En la poesía se halla el mejor latido de una sociedad que la ignora. Tanto en su lenguaje –el lenguaje de la tribu, decía Mallarmé– cuanto en el estado de su alma. De su mejor alma: aquella que aunque no se perciba continúa existiendo en la voz de sus buenos poetas. En la voz, por ejemplo, que habita este Proyecto para excavar una villa romana en el páramo.