Estos días ha circulado por Internet el vídeo de una niña china de dos años que había sido atropellada por dos vehículos en una calle de Fushan, en la provincia de Cantón. La niña se llamaba Yue Yue –y lo escribo en pasado porque sufre muerte cerebral y es muy probable que ya haya muerto-, y primero fue atropellada por una camioneta y luego por un camión. La camioneta la atropelló dos veces: la primera por descuido del conductor, pero la segunda de forma intencionada, para asegurarse la muerte de la niña. Y después de la camioneta, otro camión le pasó por encima, sin que nadie hiciese nada. Sólo una mujer de 57 años se atrevió a auxiliar a la niña, aunque ya era demasiado tarde.

No he estado nunca en China, con la excepción de una corta escala en el aeropuerto de Cantón, no muy lejos de donde Yue Yue fue atropellada. Fue en una mañana de finales de octubre, en pleno otoño. Mientras un equipo de limpiadoras recorría la cabina del avión con la velocidad de un ejército de termitas, me asomé a la puerta abierta y estuve mirando un rato el paisaje que rodeaba el aeropuerto, que estaba a bastante distancia de la ciudad. Vi una hilera de árboles a lo lejos, surgiendo de la neblina, y en seguida pensé en los antiguos poemas chinos que tradujo Marcela de Juan (en realidad, Ma Ce Hwang, una mujer extraordinaria que se merecería una película). Pero luego pensé que aquella neblina no era la misma que habían visto Li Po ni Po Chu Yi, sino la sucia niebla industrial producida por la contaminación. Y de repente me pregunté si quedaba en China un solo paisaje que se pudiera asociar con la poesía de Li Po o de Po Chu Yi, y pensé que no, o en todo caso muy pocos, y entonces dejé de mirar aquellos árboles que surgían de la nube de contaminación, y me despedí en silencio de China y de todos los poemas que me habían hecho feliz cuando tenía 18 años.

¿Qué nos impulsa a ayudar a otra persona, como hizo la mujer que socorrió a la niña del vídeo ante la indiferencia general? Es un misterio. Estamos programados para ocuparnos sólo de nuestro bienestar y de nuestra supervivencia, pero un mecanismo psíquico desconocido nos empuja a veces a ayudar a otra persona, incluso en el caso de que esa ayuda ponga en peligro nuestro bienestar o nuestra supervivencia. ¿Cómo es ese impulso? ¿Y qué es la compasión? ¿Y qué es la misericordia? Todo es otro misterio. Y si lo pensamos bien, esos sentimientos son mucho más recientes de lo que pensamos. Los filósofos griegos desdeñaban la compasión, por considerarla humillante para quien la ejercía y quien la recibía. Y en la Biblia, el Dios tempestuoso del Antiguo Testamento tampoco parecía muy inclinado a la compasión. Hay que esperar al Nuevo Testamento cristiano para encontrar un texto donde la compasión aparezca como el fundamento de la ética. En el Islam también es una virtud esencial, pero no sé si se puede decir lo mismo del budismo y del hinduismo, que parecen religiones más pendientes de la liberación personal que de la misericordia hacia los demás. Y en la filosofía de Confucio, que es lo más parecido a una religión que tienen los chinos, la compasión tampoco tiene relevancia. Los chinos creen en los antepasados, y en los lazos morales que unen a las familias, y en las máximas de Confucio, y en un difuso taoísmo que hermana todas las fuerzas de la naturaleza. Y nada más.

Y aquí llegamos­ a otra cuestión. La niña Yue Yue murió porque en China no hay Seguridad Social, así que los conductores prefieren matar a una persona atropellada antes que dejarla herida, porque si la matan sólo tendrán que pagar unos dos mil euros de indemnización, pero si la dejan herida tendrán que hacerse cargo de los gastos de hospitalización, que pueden ser muy superiores. No sé si somos conscientes de ello, porque tengo la impresión de que vivimos en una sociedad en la que casi nadie sabe nada de nada –y todo el mundo prefiere que sea así-, pero la Seguridad Social surge de dos corrientes de pensamiento, la cristiana y la marxista, que cristalizaron en un proyecto común en la Europa del siglo XX. En cambio, China crece al diez por ciento anual y está considerada un dragón económico –aunque más bien habría que hablar de un velociraptor-, pero allí no existe la medicina gratuita ni nada que se le parezca. Li Po o Po Chu Yi, aquellos poetas que cantaban a la luna y al vino y tocaban el laúd, no estarían muy contentos si pudieran ver en qué clase de país se había convertido el suyo.